Conozco a un artista que asegura que el tiempo tiene una consistencia diferente dependiendo del día. Que la densidad, ritmo y latido del momento presente es imposible de captar desde el rigor mecánico e inamovible de los relojes, que la esencia de cada instante tiene un compás incierto e inexacto, más próximo al de las olas y los cambios repentinos, sutiles y furtivos del mar.
Hay mañanas, dice, que abres los ojos con la cabeza diáfana y el cuerpo reavivado, sales de la cama con presteza y en poco rato tienes tiempo de llevar a cabo todo lo que planeabas. En este tipo de día los minutos transcurren con equilibrio, redondos como granadas, llenos de segundos gordos, y al mirar el reloj, siempre es más temprano de lo que imaginabas. Pero no es oro todo lo que reluce. Esa clase de días también se pueden hacer inacabables, jornadas que te atrapan, como un ratón en una trampa, en situaciones donde preferirías no hospedarte.
No hay norma, ni guía, ni manera de prever qué tipo de día será mañana
Hay otros momentos, continúa, en los que el despertador te arranca del sueño como una garra, pero te desvela justo para sentir la carne pesada encima de los huesos. Apenas eres capaz de entrever la habitación y ya vuelves a cerrar los ojos. Un instante de nada, pero cuando los reabres han pasado diez minutos tramposos y enteros, o media hora. En esta clase de día los minutos son tan delgados y transparentes que se pegan unos a otros en una masa que hace que el transcurso del tiempo te juegue a la contra y que cada vez que compruebes qué hora es, te escandalices. Pero no todo es terrible y descorazonador en estas jornadas desbocadas, porque acostumbran a tener un componente imprevisible y de lo más sorprendente, y no sabes nunca qué puede ocurrir o dónde puedes acabar.
No hay norma, ni guía, ni manera de prever qué tipo de día será mañana, o el lunes que viene. Solo lo sabrás cuando estés allí y solo lo notarán aquellos que se fijen en ello. En medio del corazón del verano y su desorden, siempre me acuerdo de esta conjetura. Debe de ser que el bochorno, la abundancia de horas de luz o el frescor de las noches abren los canales más tapados de percepción. O debe de ser que el bochorno, la abundancia de horas de luz y el frescor de las noches hacen más evidente que nunca la volatilidad, la caprichosidad y la elasticidad de los días.
