En su congreso nacional de inicios de julio, el PP ha decidido adoptar como una de sus referencias internacionales la figura del primer ministro portugués, Luís Montenegro, que estuvo presente e hizo un discurso. No obstante, creo que los populares todavía no han entendido bien cuál es el calado político de este hombre. Como tantas veces ocurre, la lectura que se ha hecho del país vecino resulta superficial y apresurada. Hay que contar aquí la verdadera historia de la llegada al poder de Montenegro, actual líder del PSD (Partido Social Demócrata, que en realidad es de centroderecha).
En octubre del 2020, hubo elecciones autonómicas en las islas Azores: ganaron los socialistas, pero sin mayoría absoluta, y el PSD insular se entendió con dos partidos conservadores; firmó, además, acuerdos parlamentarios con los liberales y, atención, con la extrema derecha de Chega (Basta). Pasó en las Azores en el otoño del 2020 lo que ocurrió en Andalucía después de las elecciones autonómicas de diciembre del 2018: ganaron los socialistas, pero el PP gobernó en coalición con Ciudadanos y estableció asimismo un acuerdo con Vox. En ese momento, el líder del PSD no era Montenegro, sino Rui Rio. El pacto con Chega en las islas fue un tremendo torpedo en su navegación política. Rio dijo que el acuerdo había sido cosa de sus compañeros insulares, que allí Chega se había moderado, que si se moderaba en términos nacionales quizá podría haber acuerdos, pero que él no pactaría con Chega… En portugués, se llama a esto “meter los pies por las manos”. Esta falta de claridad del PSD respecto a la derecha radical fue una de las razones de la mayoría absoluta de los socialistas en las elecciones anticipadas de enero del 2022.

Montenegro sucedió a Rio en el liderazgo del PSD y tuvo claro el error de su compañero. Cuando hubo de nuevo elecciones en las Azores, el 4 de febrero del 2024, él se personó en las islas y acompañó la velada electoral con el presidente regional, José Manuel Bolieiro. Ganó el PSD, integrado en la coalición Alianza Democrática (AD), sin mayoría absoluta, pero no hubo ningún tipo de acuerdo con Chega. Se celebrarían unas generales anticipadas dentro de muy poco, en marzo del 2024, y Montenegro hizo una promesa solemne: solo gobernaría si ganaba y no haría acuerdos con Chega. En el fondo, se trataba de una misma promesa: nada de Chega, y mucho menos para llegar al poder después de perder los comicios. La gente no se lo creyó del todo: el PSD, en su formato AD, ganó esas elecciones por muy poco, unos 50.000 votos, y en la noche electoral, después del discurso de victoria de Montenegro, la primera pregunta de los periodistas fue sobre si se mantenía su posición sobre Chega: “Naturalmente cumpliré mi palabra. Jamás haría a mí mismo, a mi partido y a la democracia portuguesa tan grande maldad como sería incumplir compromisos que asumí de forma tan clara”, contestó Montenegro.
Y lo cumplió, pasándolo mal durante un año de gobierno minoritario muy incierto. Por consiguiente, Montenegro obtuvo el diploma de garantía contra Chega con mucho esfuerzo y, hoy en día, para los portugueses es fiable en este aspecto, aunque pacte con la extrema derecha algunas leyes, como las que se relacionan con la inmigración, un tema respecto al cual existe una amplia inquietud social en Europa.
El líder del PP debería plantear una solución seria para la cuestión de la plurinacionalidad española
¿Tiene Feijóo ese diploma de garantía en lo que respecta a Vox? ¿Bastará con decir que gobernará en solitario? Parece muy poco. Pero hay otra cosa en Montenegro que el PP no acaba de entender: en su discurso en el congreso de Madrid, el político luso afirmó que ellos eran “los verdaderos defensores del Estado de bienestar”. En Portugal, esta cuestión del Estado social ha generado grandes tensiones políticas: es una de las líneas divisorias del país. La izquierda funciona como una defensora acérrima del papel del Estado en la sociedad; la derecha tiende a relativizarlo. Es una discusión que tiene medio siglo; viene de los tiempos de la revolución de los claveles, cuando casi todo se nacionalizó (bancos, aseguradoras, periódicos…). Al decir que es el verdadero defensor del Estado de bienestar, Montenegro se presenta como un centrista milagroso, capaz de compaginar el crecimiento y la riqueza, asociados a la iniciativa privada, con generosas dotaciones para los servicios públicos, sin aumentar los impuestos.
Y la verdad es que, durante su tiempo de gobierno, se han logrado acuerdos importantes con amplios sectores de los trabajadores del Estado, como los profesores, y se han incrementado las pensiones de jubilación. Montenegro ha conjurado el fantasma de Passos Coelho, el líder del PSD que recortó sin piedad los salarios de los funcionarios y las pensiones en los tiempos del rescate financiero.
Para equipararse a Montenegro, Feijóo tendría que ser más ambicioso y, por ejemplo, plantear una solución seria y dialogante para la cuestión de la plurinacionalidad española. Ese es uno de los grandes problemas de España, como el del papel del Estado en Portugal. El día en que Feijóo pueda decir que los del PP son los verdaderos defensores de las nacionalidades hispánicas sin que nos echemos todos a reír, en ese día podrá compararse con Montenegro. También en ese día se habrá encontrado la kryptonita para anular de una vez al candidato a superhombre Pedro Sánchez. Mientras sea claro que el PP está implicado en un proyecto de involución de la realidad española de los últimos años, que esos son sus sentimientos y su intención, Sánchez –o lo que Sánchez representa– seguirá de pie en el ruedo hispánico.