Algunos miembros del PP emplean con estudiada ligereza un recurso retórico llamativo: “Eso fue hace mucho”. Lo dicen como si lo ocurrido antes del 2018, cuando Cristóbal Montoro dejó el ministerio, perteneciera al jurásico. Como si el paso del tiempo tuviera un efecto detergente. “Está en manos de los jueces”, añaden, y así eluden cualquier explicación de fondo. El tiempo se convierte en un territorio flexible: a veces cuenta como pasado remoto, otras como presente operativo.

Ahora sabemos que Montoro, supuestamente, diseñó a medida un Ministerio de Hacienda donde las reformas legislativas pasaban antes por el filtro de su antiguo despacho, Equipo Económico, antes de acabar en el BOE. Así, en plena poda presupuestaria, se beneficiaba a quienes engordaban la caja. A nadie debe de habérsele borrado la imagen de aquella sonrisilla siniestra de Montoro cuando exigía, a tutti quanti, apretarse el cinturón. Lo suyo no ha sido ya una puerta giratoria, sino una puerta corredera. De aquellas rebajas fiscales a las grandes empresas venimos. Se apresuran a decir que esas leyes pasaron todas las garantías democráticas, pero esas garantías, y sobre todo en tiempos de mayoría absoluta, sin apenas oposición parlamentaria ni debate efectivo, aseguraron el procedimiento, no el buen juicio.
Los partidos no se reciclan de la noche a la mañana: la red de cargos, despachos y favores no se esfuma
Las escasas comparecencias sobre este tema por parte del principal partido de la oposición –ahora en tono sosegado– se llenan de pequeñas coartadas cronológicas: que si Feijóo no es Rajoy (aunque este fue presentado como inspiración en el último congreso); que si Cristóbal Montoro, asistente también de ese congreso, ya no es afiliado; que si los de ahora renuncian a esa herencia, aunque trabajen en la misma sede.
En su lógica del “tiempo a la carta”, lo habitual es que, cuando aparecen las togas, los dirigentes actuales aleguen que eso ya no les concierne. Pero los partidos no se reciclan de la noche a la mañana: la red de cargos, despachos y favores no se esfuma. Aferrados a la coartada del calendario, olvidan que la política española sigue atada a ese tiempo nada prehistórico. Fingen que el presente es virgen, cuando en realidad es una extensión del pasado. ¿Y quiénes se benefician cuando la opinión pública deja de confiar en los políticos? Pues precisamente aquellos que viven de su descrédito y prometen barrerlo todo.