El turismo es una fuente de riqueza, un pilar de la economía catalana. Pero su desarrollo no ha de comportar una degradación de la calidad de vida de la ciudadanía. La situación en los alrededores de la Sagrada Família muestra cómo las administraciones públicas han de propiciar el equilibrio, intervenir de modo decidida a fin de que las externalidades de esta actividad no amarguen la vida de la gente. No es de recibo que resulte mucho más sencillo comprar una camiseta con el rostro de narcotraficante que una barra de pan, como bien explica hoy Luis
Benvenuty en las páginas de
Vivir. El gobierno del alcalde Jaume Collboni arrancó a finales de año un plan destinado principalmente a recomponer los desaguisados en el espacio público que supone la visita de cerca de 22 millones de personas al año. Al parecer, la mayor parte de los vecinos del barrio aún no notó especiales mejorías. No es de extrañar. Dada la inacción de las administraciones al respecto durante tantos años, la solución al problema no se manifestará en unos pocos meses. Se trata de un camino muy largo.
La sostenibilidad turística
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