Cambio climático y cesta de la compra

Los fenómenos meteorológicos extremos de los últimos años en diversas zonas del planeta provocados por el cambio climático, como largas sequías o inundaciones sin precedentes, han tenido una repercusión en numerosos cultivos agrarios y han contribuido a incrementar los precios de los alimentos. Este hecho empieza a preocupar seriamente ante la evidencia de que el impacto del calentamiento de la atmósfera y de los mares ya es imparable, pese a los esfuerzos para contenerlo, y que los fenómenos meteorológicos adversos serán cada vez más frecuentes. La inflación alimentaria que se produzca como consecuencia de ello puede provocar más hambre en el mundo y disparar asimismo el coste de la vida.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han dado ya la voz de alarma. En su último informe sobre seguridad alimentaria advierten que el mundo no va camino de cumplir la meta fijada de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de eliminar el hambre en el mundo y de impulsar la agricultura sostenible. Entre otros factores, ese objetivo se ha visto frenado por una inflación persistente de los precios de los alimentos. De hecho, los precios mundiales de los alimentos permanecen aproximadamente en la actualidad un 35% por encima de los niveles del 2019, antes de la pandemia de la covid. Dicha inflación alimentaria ha mermado el poder adquisitivo en muchos países, ha impedido el acceso a dietas saludables, ha incrementado la malnutrición infantil y ha aumentado el riesgo de hambrunas en las regiones más vulnerables.

Altas temperaturas, sequías e inundaciones son fenómenos que encarecen los alimentos

El citado informe atribuye la subida de los precios de los alimentos a una combinación de perturbaciones mundiales que se produjeron en su momento, entre ellas la pandemia y la guerra en Ucrania, y se intensificó en virtud de respuestas en materia de política económica, como estímulos fiscales expansionistas, y políticas monetarias acomodaticias, que redoblaron las presiones inflacionarias. Sin embargo, una reciente investigación de varios centros internacionales, entre los cuales destacan el Barcelona Supercomputing Center (BSC) y la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (Icrea), demuestra, además, que entre el 2022 y el 2024 ha sido el cambio climático el principal causante de la subida de muchos de los precios alimentarios. Como se recogía ayer en el suplemento Dinero, el aumento de las temperaturas, las sequías, así como el exceso o la carencia de agua, con una gravedad que no tiene precedentes históricos, causaron en esos años shocks de precios en diversos productos que encarecieron drásticamente la cesta de la compra.

En Etiopía, los precios de los alimentos fueron un 40% más altos en marzo del 2023, tras la sequía del 2022 en el Cuerno de África. Pakistán experimentó un aumento del 50% en los precios de los alimentos rurales semanas después de las inundaciones de agosto del 2022. En el sur de Europa, debido a la ola de calor y la sequía anómala en España o Italia, el precio del aceite de oliva se disparó hasta un 50% en un año. Fenómenos similares de aumentos de precio, tras graves sequías, se produjeron en India con la cebolla (80% de subida); en Japón con el arroz (48%); en Brasil con el café (55%); en Costa de Marfil con el cacao (300%) o en California con las verduras (80%).

La inflación alimentaria incrementa el riesgo de malnutrición para las poblaciones vulnerables

Entre las conclusiones de la investigación citada se realiza la predicción de que todas las economías del mundo vivirán episodios de temperaturas y precipitaciones extremas en los próximos años, lo que llevará necesariamente a un aumento de la inflación de los alimentos.

Para combatir la inflación alimentaria por culpa del cambio climático y paliar sus efectos –señalan los expertos– es necesario impulsar un conjunto de medidas que incluyan un aumento de las inversiones en producción agroalimentaria resiliente al clima; una mejor infraestructura de almacenamiento y transporte, que evite colapsos en las cadenas de suministros, y una mayor transparencia de los mercados que reduzca el volumen de especulación con los precios. Asimismo se hace necesaria la ampliación de la protección social, con transferencias de efectivo o vales de alimentos a la población más necesitada; un mayor apoyo a los pequeños agricultores y a los cultivos de proximidad y la creación de reservas estratégicas de alimentos que permitan nivelar los precios cuando suban demasiado.

Implementar ese conjunto de medidas, tanto a escala nacional como internacional, es un proceso lento y complejo que requiere de una decidida voluntad política global que todavía no existe. Todo indica, por tanto, que entraremos en una época en la que el mundo –incluida España– corre el riesgo de sufrir una creciente inflación alimentaria.

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