Cuando ya es tarde

Joan Salvat-Papasseit, joven autodidacta, de origen humilde, frágil pero vitalista, explica en un célebre poema, escrito a principios del XX, lo que hará cuando pueda levantarse de la cama en la que yace enfermo de tuberculosis. Verá las plazas soleadas de la ciudad y las verjas con flores. Verá a una muchacha de sonrisa clara. Verá al chaval que vende diarios subiendo y bajando del tranvía. Verá a las mujeres que van al mercado y vuelven con bolsas llenas de los vivos colores de la col y las cerezas; verá al tendero que hace reír a las chicas mientras muele café y un aeroplano que le hará alzar la vista al cielo... Desde su lecho de tuberculoso, todo eso le parece una ­delicia.

BOSQUES DE LA COMARCA DEL BERGUEDA DONDE POCA GENTE SE ATREVE A BUSCAR SETAS POR LAS ALTAS TEMPERATURAS Y LA FALTE DE AGUA EN LOS BOSQUES, A PESAR DE SER EL MES DE SEPTIEMBRE

 

MANÉ ESPINOSA

También el vino es delicioso: si se levanta, podrá probarlo. No sueña con un banquete de tres estrellas, sino con un guiso casero en la mesa. El poeta enfermo invita a sus amigos a compartir el vino y las miradas. Pero, sobre todo, los invita (nos invita, en realidad) a mirar las calles que él no puede ver, pues sus ojos están forzosamente vueltos hacia la pared de la habitación, que imaginamos oscura y mal ventilada.

Más aún: aunque el poema es esperanzado, también es lúcido. El poeta no ignora que la enfermedad puede derrotarlo. Tal vez –viene a decir– ya no podrá ver el bullicio de la calle ni la belleza de las plazas, pero los lectores sí podrán hacerlo.

Es el incendio, y no la lluvia, lo que nos habla de la belleza del bosque

No es del todo cierto. La mayoría de quienes, gracias a su aceptable estado de salud, podrían ver, paseando, aquello que el joven tuberculoso anhela volver a mirar, pasan indiferentes por calles y plazas. Eso no lo dice el poema: es un lugar común. Solo apreciamos la realidad cuando la perdemos. Solo queremos contemplar las calles de siempre cuando no tenemos fuerzas para salir de casa. El enfermo, el anciano o el prisionero añoran lo que el joven, el vigoroso y el libre desprecian.

Lee también

Tolstoi para el portero y Laporta

Antoni Puigverd
Cuando ya es tarde

Salvat-Papasseit pone el dedo en una llaga humana, muy humana. Solo percibimos la belleza que nos rodea cuando estamos en peligro. Es el incendio, y no la lluvia, lo que nos habla de la hermosura del bosque. Son las ruinas de la guerra las que nos hacen valorar la paz. La belleza es siempre una promesa; por eso nos llama, sobre todo, cuando ya es tarde.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...