Conforme se hagan más patentes los efectos irreversibles de la crisis climática, más cambios habrá que incorporar en la vida cotidiana de las personas. Algunos resultan ahora difíciles de intuir, mientras que otros ya se perfilan.
No puede descartarse, por ejemplo, que dentro de unos años los representantes políticos eviten cogerse vacaciones durante las semanas más tórridas del estío y que se habiliten periodos de descanso y evasión alternativos durante el curso parlamentario. De este modo, evitarán sofocones como enterarse de que el fuego devora sus municipios, comunidades o países mientras ellos inflan flotadores a cientos de kilómetros de distancia. “¿Volvemos ya a casa o espero a que me confirmen si el incendio se desmadra, por si acaso lo controlan antes y no hace falta volver?”. “Ha pasado ya un día y sigue quemando el monte, pero la oposición no se ha quejado de mi ausencia, ¿vuelvo mañana o ya nos quedamos hasta pasado y así aprovechamos el hotel?”. “Espero que esos bomberos que salen en la tele con la cara negra no sean los mismos que hace unos meses se me quejaron de falta de medios.”. Dudas razonables que irán a más.
Pero, más allá del debate sobre la estética en la política, el calentamiento hace cada vez más daño. Sofoca las ciudades y las hace inhóspitas –este año, Barcelona y Madrid no están haciendo precisamente el agosto turístico– y abrasa el paisaje hasta convertirlo en una pira, desatando unos incendios de ultima generación que calcinan el país vaciado pero que llaman también a la puerta de las capitales, como sucedió ayer en la madrileña de Tres Cantos.

Un brigadista combate un fuego en Puercas, Zamora.
Aun así, pocas noticias hay más dramáticas que la muerte de un temporero que recogía fruta en Lleida en el pico de la ola de calor (la causa exacta del fallecimiento aún no se ha determinado). Es cierto que en los pueblos agrícolas se concentran las jornadas de trabajo en las horas menos calurosas y, en días críticos, incluso se paran las labores.
Pero la virulencia de la crisis climática obliga a replantearse cómo se recogerá la fruta cuando dentro de unos años los días tórridos se multipliquen. Eso sí: si la ultraderecha llega al Gobierno y cumple su promesa de repatriaciones masivas de migrantes, tal vez ya no se recolecte nunca más. ¿Quién se jugará entonces la vida a 40 grados a la sombra por un sueldo mínimo?