El otro día salí a caminar con mi nieto Lluc. Partimos a media tarde. El sol furioso de estos pasados días golpeaba con fuerza. El camino empieza con una bajada engañosa y pasa junto al cementerio de Molló (entramos para hablar de la muerte; me gustó que observara sin miedo los nichos vacíos). Tras una subida muy larga pero suave, llegamos a un bosque de ribera, lleno de alisos, fresnos y abedules, que se adentra en la ladera siguiendo el estrecho cauce de un arroyo de agua clara y musical. A medida que, protegidos del sol por los árboles, nos acercábamos al agua, el arroyo se convertía en “una fábrica de aire fresco”.

Debíamos seguir monte arriba hasta una fuente. Dejamos el camino GR para tomar senderos de vacas, que hacen giros extraños y a menudo no llevan a ninguna parte. Si nos perdíamos, volvíamos al arroyo. Pese a la fuerte pendiente, Lluc corría con pies alados. Me dejaba atrás para volver enseguida con un saltamontes en el puño o para invitarme a cazar renacuajos en una poza. Corría bastante más que los potros que vimos pastar, perezosos, en unos prados más allá del bosque, aturdidos por el calor. Resoplaba para seguirle. “¿Te cansas, abuelo?”.
Saboreando ese instante en que la luz diurna dimite, pero la noche todavía no llega
Abandonamos el bosque para bordear unos prados. El sol ya declinaba. Mientras merendábamos junto a la fuente del arroyo, vi en el cielo lo que me pareció un quebrantahuesos. “Es un águila”, dijo Lluc, y pensé: tú le hablas de la muerte mientras él afirma la fuerza de la vida. A lo lejos se veían las grandes montañas: Costabona, Rojà, Canigó. “En invierno —comenté—, cuando desde Girona vemos el Canigó nevado, pienso que el poeta Jacint Verdaguer tenía razón cuando escribió que se parece a una magnolia. Pero, desde aquí arriba, tan gris, ¿a qué te recuerda el Canigó?”. “Parece un elefante tumbado, ¿no le ves la trompa?”. Reía. Yo también reí y, tan niño como el, señalé la mollera del elefante reforzando la fantasía del Canigó como un viejo coloso caído. Lluc puso el brazo en mi hombro. “¿Todavía estás cansado?”.
Unas nubes rosas pintaron en el azul desvaído del cielo una dulzura innecesaria. Antes de bajar, nos quedamos un rato en silencio, saboreando ese instante en que la luz diurna dimite, pero la noche todavía no llega.