Es sabido que la historia la escriben los vencedores. Por fortuna, luego llegan los estudiosos en la materia, que escarban en fuentes y archivos para recolocar las piezas y forjar consensos que nos permiten asomarnos al pasado con mayor objetividad y aprender de él. Pero el intrusismo en la historiografía parece estar en boga y el auge del populismo de extrema derecha alienta el revisionismo (que no revisión) y la proliferación de teorías de la conspiración cuyo objetivo es sentar los cimientos sobre los que construir su propaganda.
La Vanguardia se hacía eco ayer de las maniobras del movimiento MAGA para reescribir la Segunda Guerra Mundial de forma que el malo ya no es Hitler, sino Churchill, a quien la ultraderecha norteamericana responsabiliza del estallido de aquel conflicto. Tanto es así que, en una encuesta en X, el 40% culpó al premier británico, el 26% a Stalin y solo el 25% a Hitler. Al reescribir así la historia, se pretende afianzar posiciones políticas como la resumida en el lema “America first”, con consecuencias como las que supone para Ucrania y Europa que EE.UU. se desentienda de la seguridad en el Viejo Continente frente a la Rusia de Putin.
Puesto que la ultraderecha se nutre del nacionalismo y el rechazo al extranjero, le es útil amoldar el relato del pasado a sus intereses, retorciendo unos pasajes e inventando otros. Trump dio ayer instrucciones para castigar (retirando financiación) a la veintena de museos de la Smithsonian, entidad independiente de divulgación cultural y científica, por dar una mala imagen de EE.UU. La misma receta que ya aplicó para atenazar a prestigiosas universidades de su país. Y lo justificó así: “Todo lo que se aborda allí es lo horrible que es nuestro país, lo mala que fue la esclavitud y lo poco que han logrado los desfavorecidos, pero nada sobre el éxito, nada sobre la grandeza, nada sobre el futuro”. Casos de revisionismo histórico con intenciones aviesas abundan por aquí cerca. Pero Trump lo suelta sin rodeos: “Tenemos el país más atractivo del mundo y queremos que la gente lo diga, lo reconozca y lo celebre”. Me recordó al general norteamericano de la película La casa de té de la luna de agosto aleccionando a los japoneses invadidos: “Les enseñaré democracia aunque tenga que fusilarlos uno por uno”.