Los fuegos se apagan en invierno

Comparto el horror y la tristeza que padecen las familias que han perdido la casa, el mobiliario, las herramientas, el ganado, los paisajes y muchos de los recuerdos que el fuego ha pulverizado o está pulverizando. Perder el territorio es perder la memoria. Los ciudadanos debemos castigar a aquellos gobiernos autónomos que no cuidan la gestión de los bosques y olvidan que los incendios se apagan en invierno.

A GUDIÑA (OURENSE), 20/08/2025.- Un bombero forestal realiza labores de extinción en el nuevo incendio declarado este miércoles en A Gudiña (Ourense). EFE/Brais Lorenzo

 

Brais Lorenzo / Efe

Ciertos gobiernos, siguiendo las directrices de la extrema derecha y de los que no creen en el cambio climático, han desmantelado y privatizado parte de los operativos especializados en apagar fuegos. ¿Por qué han dejado de contratar bomberos y guardas forestales durante el año a la vez que han reducido el cupo y los sueldos de los brigadistas especializados?

Los fondos y equipos para la prevención y la extinción de incendios y la gestión de estos es responsabilidad de las comunidades autónomas.

También la decisión de dotar o recortar las partidas presupuestarias destinadas a limpiar los bosques, a crear cortafuegos, a retirar el combustible vegetal, a potenciar el pastoreo y a incentivar los cultivos entre la arboleda.

La tragedia de cientos de miles de hectáreas que arden ha de quemar toda rivalidad política

Cuando el desastre alcanza poblaciones y se vuelve inabarcable, el Gobierno de la comunidad autónoma debe decretar el nivel tres, para que el Gobierno central, con todos los medios de que dispone, asuma la gestión y la responsabilidad del siniestro, así como administrar la reconstrucción.

Por experiencia propia, conozco los estados de ánimo, el desaliento interior y la desolación que provoca un incendio. Sí, desolación. El 6 de agosto del 2006, viví uno que llegó a un metro de la masía ampurdanesa donde he vivido durante 32 años, donde aún tengo la biblioteca, el archivo de Ajoblanco , apuntes, notas y manuscritos. En escasos minutos, las llamas envolvieron el pequeño veïnat de cuatro masías cuando algunos de los habitantes ya dormían. Yo cenaba con tres amigos en un patio de la casa; el humo nos advirtió. Salimos al exterior y un fuego de enormes dimensiones bajaba por el monte hacía nosotros, empujado por una fortísima tramontana. Una vecina, días atrás, había limpiado de pinos, encinas y matojos una parte de ese monte en pendiente hacia mi casa, la más metida en el bosque, y la de otra vecina. Gracias a ello, las grandes llamaradas no nos engulleron cuando ni bomberos ni forestales ni mossos d’esquadra habían aparecido.

Con rapidez inusitada y un nudo de angustias, mis amigos cerraron todas las ventanas, mientras yo recogía los diarios personales de cuarenta años, el ordenador con el libro Los 70 a destajo casi acabado, una foto de mi madre y un jersey. Salimos del veïnat cuando ya ardía el jardín de la parte de arriba y el bosque a escasos metros de la masía. Aparcamos a un kilómetro, un lugar sin árboles desde donde se divisaba cómo las lenguas de fuego corrían arremolinadas hacía el sudeste entre un crepitar dantesco. ¿Se van a quemar las casas y el trabajo de años? El viento no cesaba de crear remolinos. Un coche de bomberos recién llegado de Lleida se apostó en el camino que corre por encima del veïnat y cuatro bomberos expertos lo protegieron a manguerazos.

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Pepe Ribas
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Ardieron mil setecientas hectáreas de pinos, encinas y olivos. Los campos arados y el buen trabajo de bomberos y forestales evitaron que el fuego abarcara miles de hectáreas de bosque más allá de Camallera, Vilopriu y Colomers. El pirómano provocó cuatro focos, uno directo hacia nuestro veïnat. Año y medio después, una multinacional eléctrica presentó un proyecto de parque eólico en las cumbres de los cinco ayuntamientos que lo padecieron. Fue desechado. Diecinueve años después, el bosque se ha recuperado de forma desordenada. Las grandes encinas, las ardillas y algunos rincones llenos de magia han desaparecido.

Pienso que la tragedia de cientos de miles de hectáreas que este verano están ardiendo ha de quemar cualquier rivalidad política. El sentido común dicta que todas las administraciones han de participar en un pacto de Estado que haga frente a la crisis climática. El clima mediterráneo mengua, el mar ha subido dos grados, el clima de la estepa asciende con oleadas de un calor que abrasa cuerpos y bosques entre danas y sequías que no cesan. La paciencia de los ciudadanos que no militamos está al límite.

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