¿Tecnológicos o lógicos? El debate sobre el calor y el confort en nuestras ciudades y edificios

El siglo XX fue un siglo de un avance tecnológico desbordante, como lo está siendo también, el XXI. Cien años de innovación científica, técnica, sistémica, procedimental, a la que, desde no hace tanto, añadimos las recientes tecnologías de la comunicación y supuesta información (las TICs).

Este galopante desarrollo de la innovación ha facilitado nuestras formas de trabajar y vivir. Un desarrollo imprescindible para cubrir necesidades, además de dar posibilidades y oportunidades al mayor número de personas.

Parece que estamos en un cambio de etapa. Puede ser que esta fe, casi ciega, en los innumerables avances, nos ha hecho olvidar el sentido de cada uno de ellos.

La tecnología ha permitido avanzar en casi todas las disciplinas, pero después de un optimismo sin mesura, constatamos que no es “oro todo lo que reluce”. Sucesos muy recientes insisten y recuerdan nuestros límites. Límites planetarios, territoriales, también locales. Límites de recursos materiales y energéticos. Límites en el rendimiento a cualquier precio. 

¿No es un buen momento para hacer un “reset”? Repensar nuestra vida en común. Revisar la convivencia de tanto saber e incorporar la sabiduría de la naturaleza, de la tradición, de la cultura, del arte, conjuntamente con la tecnológica.

Seguro que esta reflexión se podría abrir en todos los campos, pero como arquitecta, centro mis cuestiones en el habitar y el bienestar suficiente que nuestros espacios de vida requieren.

Calor y frescor lo proporcionan las máquinas. ¿Nos lo podemos permitir?

Es evidente que nuestro actual confort depende excesivamente de la energía que generamos. Calor y frescor lo proporcionan las máquinas. ¿Nos lo podemos permitir? ¿Es viable nuestra fuerte dependencia en un confort, algo enloquecido, con un desenfrenado consumo energético?

En contraste con ello, se habla de nuestra incapacidad para resistir las olas de calor -que están castigando, este verano, nuestras latitudes-, se insiste en la necesidad de adaptación al cambio climático, de resiliencia, de afrontar la pobreza energética.

Definamos el confort. Es evidente que el confort tiene un componente cultural, de adaptación progresiva; es obvio también, que cuanto más dependientes somos de las máquinas -de los aires acondicionados- más disconfort percibimos sin ellas. 

¿Y si los usáramos cuando son realmente necesarios? ¿Sabríamos, de esta forma, adaptarnos mejor a los saltos extremos de temperatura? ¿Estamos seguros de si las olas de calor en las ciudades son debidas al clima o al calor que expulsan los aires acondicionados o los automóviles hacia el exterior? 

Parece claro, no se trata de prescindir de ellos, sino de saberlos usar a consciencia, porque nuestra acción individual no es inocua. Nuestros modos de vida influyen más allá de nosotros mismos.

La tecnología ha olvidado de dialogar con el sentido común. No quisiera dejar de mencionar, en este sentido, que nuestra legislación y sociedad garantista, no ayuda a buscar alternativas lógicas para obtener confort con el menor consumo. ¿La seguridad ante todo?

La pasión por la innovación en sí misma, sin un interés social y ambiental, olvida la sostenibilidad necesaria

La pasión por la innovación en sí misma, sin un interés social y ambiental, olvida la sostenibilidad necesaria; aquella que nos recuerda que hemos de trabajar por sostener un equilibrio ambiental, social y económico, de presente y futuro.

Si aterrizamos en nuestras ciudades nos damos cuenta que hemos impermeabilizado el suelo, olvidado la captación de agua dulce, obviado la importancia de la vegetación, así como tantas otras acciones que nos aportan beneficios térmicos, también psicológicos. Nuestras intervenciones solo contemplan necesidades puramente operativas. 

Nuevos espacios de parques y jardines de Barcelona donde se han plantado nuevas especies más resistentes a la sequía. Variedad de plantas y flores en el Parc de Can Batlló

Parc de Can Batlló en Barcelona 

Mané Espinosa / Propias

El pavor a los costes de mantenimiento ha descuidado la capacidad de reconciliarnos con la naturaleza (en el plano climático, biológico, sociológica). 

Es imprescindible, mantener nuestros edificios. ¿Ubicar una máquina de aire acondicionado, sin colocar antes un aislamiento?

Es necesario el mantenimiento de nuestras ciudades. ¿Desestimar la vegetación por los costes de cuidado que necesitan? 

Es imprescindible, mantener nuestros edificios. ¿Ubicar una máquina de aire acondicionado, sin colocar antes un aislamiento? Es necesario cuidarlos, mantenerlos, y existen países en donde los bancos condicionan una hipoteca o un préstamo, a un mantenimiento periódico demostrado).

La ciudad, como nuestros edificios, debe considerar la capacidad natural del sol, el agua, la tierra, el suelo. Sombrear, ventilar, refrescar. Toldos, pérgolas vegetales, árboles, túneles de viento, corrientes de aire. Patios, espacios intermedios, chimeneas solares, depósitos de agua. La sombra de un umbráculo, la evaporación del agua y la vegetación, la inercia de nuestros muros.

La tecnología puede detectar, apoyar los picos, pero no es una solución, sin nuestra implicación lógica, sin nuestro saber y conocer que permite proporcionar confort con la menor maquinaria necesaria. Usamos máquinas, confiamos en las máquinas, ¿No nos estaremos transformando en máquinas?

La confianza en la tecnología ha impuesto una solución para todo. Quizás nos toca dialogar fuera de ella, para seguir creciendo en conocimiento. ¿No podríamos observar, aprender de la naturaleza para reorientar nuestro hacer? Conciliar natural y urbano.

“Europa es un sistema disfuncional” dicen algunos. “Hemos de tender hacia una menor dependencia tecnológica” dicen otros. La justa y necesaria. Priorizar la suficiencia. Proporcionar viabilidad ambiental, social y económica adecuada, en el lugar en el que vivimos.

La especialización en todo ha obviado la complejidad enriquecedora, horizontal, transversal. Afrontarla para seguir creciendo, desde la interacción multidisciplinar de un saber holístico, que atraviesa nuestro saber y hacer. Profundizar para volver a observar el conjunto. Decidir conscientes del impacto de todo cuanto hacemos. No existen fórmulas mágicas. La fórmula está en el conocimiento compartido. Arquitectos y biólogos y científicos y tecnólogos y humanistas y artistas y….

Un buen proyecto, con esta nueva mirada, produce un buen producto, sea éste un edificio, una ciudad o una máquina de aire acondicionado.

¡Cuánto se ha hablado este verano de las consecuencias y trastornos que supone no interaccionar, activamente, con nuestro entorno!

Teresa Batlle Pagès, arquitecta

Barcelona, agosto 2025

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