Francia vive una crisis política y financiera que se agrava cada día y que amenaza con consecuencias imprevisibles no solo para el país vecino sino para todo el continente europeo. Una crisis que puede estallar el 8 de septiembre, fecha en la que el Parlamento votará una moción de confianza presentada por el primer ministro, François Bayrou, y cuyas posibilidades de salir adelante parecen en este momento remotas.
Todo arranca el 15 de julio, cuando el premier francés anunciaba que el país se halla en una situación económica insostenible ante el crecimiento imparable de la brecha entre ingresos y gastos públicos. Debido a esa situación límite, Bayrou declaró que Francia necesita ahorrar 44.000 millones de euros y desgranó un paquete de recortes de envergadura –pensiones y salarios públicos congelados, impuesto a los ricos y menos días festivos, entre otras medidas– para alejar el peligro de un Estado insolvente, lo que tendría consecuencias catastróficas para Europa por el tamaño de la economía francesa y el inevitable efecto dominó.
Desde el primer momento se vio que las posibilidades de que la Asamblea Nacional aprobase esas medidas eran prácticamente nulas por la oposición de la extrema derecha, de la izquierda radical y de grupos como los ecologistas y socialistas, en el debate previsto a partir de octubre. Bayrou no ha querido alargar esa agonía y el lunes anunció que se someterá a una moción de confianza el 8 de septiembre. Se adelanta así al debate presupuestario y también a una jornada de protesta nacional prevista para el día 10, prefiriendo un suicidio político a la humillación de una derrota presupuestaria.
La previsible caída del Gobierno el 8 de septiembre aumentará la inestabilidad política
El problema es que, si se cumplen los pronósticos actuales y Bayrou no logra la confianza parlamentaria, ello no comportará ni mucho menos el final de la crisis. Puede incluso empeorarla. Su caída dejaría al presidente Macron ante dos opciones: nombrar un nuevo jefe del Gobierno, que seguirá estando en minoría en el Parlamento y, si logra ser investido, tendrá los mismos problemas para presentar unos presupuestos austeros, o bien convocar elecciones legislativas de nuevo, como ya hizo en diciembre pasado cuando Michel Barnier, el predecesor de Bayrou, cayó también por los presupuestos tras solo tres meses en el cargo.
Ninguna de las dos opciones, pues, garantiza una futura estabilidad política en el país. Macron –que ayer apoyó la moción de confianza y pidió evitar el catastrofismo– nunca ha admitido el error que supuso disolver la Asamblea tras perder las elecciones europeas y que ha llevado al país a la actual ingobernabilidad. Además, en ocho años el presidente no ha sabido poner orden en las cuentas del Estado, lo que lo ha abocado a la inestabilidad actual. Ayer, una encuesta señalaba que, si cae el Ejecutivo, la mayoría de los franceses quiere nuevas elecciones legislativas y presidenciales. El riesgo político se combina con un creciente malestar social. La citada jornada de protesta del 10 de septiembre, que ha sido convocada por movimientos ciudadanos a través de redes sociales, podría convertirse en un termómetro del rechazo ciudadano a las políticas de austeridad.
La segunda economía de la eurozona se halla en un momento crítico. Francia tiene hoy una deuda que alcanza ya los 3,3 billones de euros y coloca el déficit en el 5,4% del PIB, lejos del 3% de media que busca la UE. Cada francés debe más de 45.000 euros. Todos los organismos de control nacionales, europeos y mundiales han lanzado señales de alarma y hasta comparaciones con la crisis de la deuda soberana en Grecia, del 2009. Solo faltó que el ministro de Economía hablase de la posibilidad de que el FMI pudiera intervenir si no se contiene el déficit –palabras que luego rectificó– para que acabasen de saltar todas las alarmas.
El país pone a prueba su capacidad de afrontar un ajuste económico que lo divide y polariza
En los últimos años, la economía francesa se ha estancado con un muy débil crecimiento comparado con otros países, como España. Es un problema que lleva muchos años gestándose a fuego lento, un endeudamiento imparable desde hace cuatro décadas. Todos los partidos que han estado en el poder, bajo las presidencias de Mitterrand, Chirac, Sarkozy, Hollande y Macron, han contribuido a lo que Bayrou ha definido como una “espada de Damocles que pende sobre Francia y su modelo social”.
El 8 de septiembre, Francia no solo definirá el futuro de su Gobierno, sino que también pondrá a prueba su capacidad de afrontar un ajuste económico que divide al país y amenaza con aumentar la ya preocupante inestabilidad política que vive desde hace meses y dejar aún más debilitado a un Macron con la credibilidad bajo mínimos. En menos de dos semanas, Francia puede verse otra vez sin gobierno cuando el actual –el segundo en un año– apenas tiene ocho meses de vida.