Si en algún momento alguien pensó que la democracia española, que siempre ha sido un régimen de partidos más que el gobierno que los propios ciudadanos (libres e iguales) se otorgan a sí mismos, podía ser capaz algún día de conjurar su costumbre ancestral de confundir lo particular con el interés general, obviando la distinción entre la vida pública y la privada, cabría recordarle lo mismo que al Dante tras cruzar las puertas del Infierno: “Abandonad toda esperanza”.
Esta legislatura, que comenzó gracias a la transacción (mercantil) entre la investidura de Sánchez y la amnistía catalana, va sucediéndose, ya veremos hasta cuándo, bajo la forma de una guerra de alta intensidad retórica y baja moral. A un lado, el Ejecutivo, con sede en la Moncloa; en el otro, las capitanías territoriales de Génova.
En ambas orillas cualquier atisbo de buena fe, que es la religión de las instituciones, ha desaparecido. Todo el espacio ha sido ocupado por las luchas partidarias, que aprovechan cualquier catástrofe –sea el covid-19, la dana de Valencia, el desastre del AVE o los incendios– para sembrar la discordia y hacer creer a los espectadores del teatro español que la culpa de todo lo que ocurre siempre es del otro y las virtudes pertenecen sin excepción al equipo (sea el que sea) de casa.
Con el arranque en el curso político llega la batalla del reparto de los menores inmigrantes que se hacinan en Ceuta y Canarias, resuelta esta misma semana –vía decreto– por el Gobierno, que impone a las autonomías un reparto asimétrico de esta población extranjera, a la que la Vox lleva años satanizando sin distinguir, igual que haría cualquier otro partido nacionalista, que a las personas no las define el sitio donde nazcan (esta decisión siempre es ajena) ni la familia a la que pertenecen, ni su lengua, sino sus estrictos actos individuales.

Mapa de la costa Altántica de Marruecos donde aparecen las Islas Canarias y la costa de Andalucía (siglo XVI)
Andalucía, que ha sido y es tierra de emigrantes, nunca ha puesto sambenitos a quienes, urgidos por la pobreza o alimentados por la esperanza, sueñan con huir de África y llegar a Europa. Hasta ahora.
La cercanía de las próximas elecciones regionales de junio y la inquietud de San Telmo ante la posibilidad de que Vox le impida conservar su actual mayoría absoluta, ha cambiado el panorama.
El Quirinale empieza a dejar atrás su tibia, y hasta ahora razonable, posición sobre la inmigración de los menores y se mueve a toda velocidad hacia una de las esquinas del tablero político andaluz.

Moreno Bonilla, durante una intervención en el Parlamento andaluz.
La Junta ha calificado de “sectaria, poco realista y política” la distribución de los menores inmigrantes decidida por el Gobierno central, que en su mayoría serán trasladados al Sur de España.
Es cierto que este desenlace no es fruto de un acuerdo pacífico, sino consecuencia de una orden gubernativa (recurrida en los tribunales) que fija para Andalucía una cuota oficial de acogida de menores extranjeros de hasta 2.827 plazas, la más alta de España.
La cifra, en términos objetivos, no es alarmante en relación a la población de derecho de la gran autonomía meridional. Lo que sí es discutible es que Moncloa considere que el País Vasco o Catalunya son zonas fronterizas y no conceda un status idéntico a Andalucía.
África empieza a catorce kilómetros del Estrecho de Gibraltar, desde donde hace más de tres décadas no han dejado de llegar pateras cargadas de pobres almas en pena con una recurrencia superior a los trayectos de las líneas marítimas o las compañías aéreas ordinarias.
La Junta está en su perfecto derecho de discutir los recursos asignados por el Estado. Pero lo que no puede hacer es dejar de cumplir la ley
San Telmo está haciendo política con los menores inmigrantes, del mismo modo que la Moncloa la hace al negarle una financiación suficiente mientras privilegia a independentistas catalanes y vascos.
Lo que no parecen tener en su agenda ninguno de ambos contendientes políticos es serenar los ánimos y buscar puntos de encuentro, que en este caso son esencialmente de índole económica.
El Quirinale asegura que Andalucía quiere que se reconozca su singularidad en inmigración. La autonomía meridional custodia en estos momentos 645 inmigrantes menores de edad (según la fecha de su llegada a España). Sus centros de acogida están casi al límite.

Mapa calcográfico atribuido a Abraham Ortelius de Marruecos (a la izquierda) y la costa de Andalucía (a la derecha) del siglo XVIII
El decreto de la Moncloa le obliga, por tanto, a duplicar la capacidad de respuesta a cambio de una transferencia financiera de sólo 8,8 millones de euros. Una cantidad objetivamente insuficiente.
La subvención estatal para cada menor no acompañado supone una asignación de 12.998 euros al año por inmigrante, a distribuir entre 677 menores más. El coste real de los servicios de asistencia por persona, según cifras de la Junta, es superior: 54.000 euros al año. El dinero estatal no durará más de tres meses.
Después hay que tener en cuenta la (in)capacidad. ¿Cuánto tiempo puede tardar la Junta en doblar sus centros de acogida? Nadie lo dice. Evidentemente, mucho más que el traslado de los menores desde Canarias, que será inmediato. San Telmo orilla esta cuestión porque evidenciaría su nula capacidad de gestión en política social.
El agravio que esgrime el Quirinale es más electoral que objetivo. La Junta está en su perfecto derecho de discutir los recursos asignados por el Estado. Pero lo que no puede hacer es dejar de cumplir la ley.

Trabajadores de Salvamento Marítimo trasladando a inmigrantes rescatados de una lancha neumática al nordeste de Lanzarote, entre ellos dos niños.
Moreno Bonilla tiene razón cuando dice que a Euskadi nunca llegan pateras. El Cantábrico no es el mar Mediterráneo ni el Atlántico. Los cayucos buscan la orilla Sur, ya sea como punto de paso o destino.
Pero lo que de verdad le inquieta al presidente de la Junta no son los inmigrantes irregulares, cuyos naufragios en el Sur de España son como las olas del mar, todas eternas y todas, a su vez, diferentes.
Lo que preocupa en San Telmo es que Vox, que ha orientado toda su estrategia electoral la satanización de la inmigración, le adelante por la diestra, impulsado por el populismo xenófobo. Alguien debería darle a leer urgentemente el poema sobre los bárbaros de Kavafis.