Rusia eleva su desafío a Europa

Casi 600 drones y 31 misiles lanzó Rusia la noche del miércoles contra Kyiv. El edificio de la delegación de la Unión Europea en la capital ucraniana sufrió graves daños materiales –así como el del British Council–, en lo que el presidente del Consejo Europeo, António Costa, calificó de “ataque deliberado” ruso.

El de la madrugada de ayer ha sido uno de los mayores bombardeos de la guerra y, según subrayaron las autoridades, el más mortal sufrido por la capital del país desde julio, ya que el balance de víctimas ha sido de al menos 19 civiles muertos, entre ellos cuatro niños, y decenas de heridos.

“La Unión Europea no se intimidará. La agresión rusa solo refuerza nuestra resolución por estar del lado de Ucrania y su gente”, insistió ayer Costa, mientras la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, afirmó que “Rusia debe cesar inmediatamente sus ataques indiscriminados contra las infraestructuras civiles y unirse a las negociaciones para una paz justa y duradera”, al tiempo que convocó a la enviada rusa en Bruselas para expresarle su protesta por esta acción. Von der Leyen reiteró que la UE mantendrá la “máxima presión” sobre Rusia con más sanciones tras este ataque y que están avanzados los trabajos para destinar los activos rusos congelados a la defensa y reconstrucción de Ucrania.

Como era previsible, esta nueva escalada bélica rusa y la circunstancia de que la sede de la Unión Europea en Kyiv haya sido uno de sus objetivos no ha hecho sino reafirmar la condena a Rusia y la insistencia en seguir manteniendo un apoyo total a Ucrania. El problema, una vez más, es que con ser todo ello importante, la capacidad de presión e intimidación de la UE sobre el Kremlin continúa siendo muy pequeña, casi inexistente. Los 18 paquetes de sanciones que Bruselas ha impuesto a Rusia ni han alterado el curso de la guerra ni han debilitado significativamente la economía rusa. Un informe del Instituto Kiel señala que solo las represalias más severas, como las sanciones financieras del 10% del PIB, infligen un daño significativo.

La Unión Europea califica de “deliberado” un ataque ruso a su delegación en Kyiv

Rusia sigue vendiendo más de la mitad de sus exportaciones de petróleo mediante la llamada “flota fantasma” y, lo que resulta todavía más incongruente, los países europeos siguen siendo grandes compradores de productos energéticos e industriales rusos, en especial de gas natural licuado (19%) y de fertilizantes (34%).

Las sanciones europeas por sí solas no son suficientes para cambiar la estrategia bélica de Vladímir Putin. Pero sí pueden limitar la capacidad de Rusia de mantener la guerra indefinidamente, intentando que tengan su impacto económico a largo plazo. Rusia es la principal amenaza militar para Europa, y por eso su objetivo debe ser hacerla lo más débil posible.

Putin no solo hace oídos sordos a las demandas europeas de un alto el fuego, sino que intensifica los ataques, reforzado tras los resultados de su encuentro con Donald Trump en Alaska, en el que el líder republicano hizo suyos todos los postulados y exigencias del presidente ruso, al que le conviene alargar la guerra el mayor tiempo posible para consolidar sus posiciones en Donbass y estar en ventaja si algún día se acaba sentando a una mesa negociadora.

El ataque ruso a la delegación europea es una violación del derecho internacional. La Convención de Viena de 1961 prevé la protección de los locales diplomáticos y consulares contra intrusiones o daños. Pero, sin el menor sonrojo, el Kremlin rebatió ayer las críticas de la UE por la agresión contra la delegación comunitaria argumentando que el ejército ruso nunca ataca infraestructuras civiles, sino solo objetivos militares o paramilitares.

Putin lanza un mensaje claro: toda tropa europea en suelo ucraniano será objetivo militar

Si la política de Trump respecto de Ucrania pasa por menospreciar a los europeos –aunque les exige que sean ellos quienes envíen soldados a Ucrania y paguen por las armas estadounidenses tras un eventual acuerdo de paz–, Putin ha sido incluso más directo con la UE con el ataque de ayer: cualquier tropa europea en Ucrania será considerada un objetivo militar.

La guerra de Ucrania ha evidenciado las limitaciones de la política exterior y de seguridad europea, subrayando la dependencia de la UE respecto de alianzas transatlánticas y su vulnerabilidad. En la última cumbre de Davos, el pasado febrero, el presidente Zelenski lanzó esta explícita advertencia: “Putin no teme a Europa”. Una declaración que comporta la necesidad de que el Viejo Continente aprenda a defenderse por sí mismo, en especial tras comprobar que el vínculo transatlántico de seguridad pende de un hilo o, mejor dicho, de las veleidades de Trump, y que Putin parece tenerlo ya como un blanco en su diana.

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