C onceptos trampa. Logro cazar un taxi en la madrugada barcelonesa, una proeza digna de los trabajos de Hércules. Antes de acomodarme, sacudo con la palma de la mano la arena que los pasajeros anteriores han vertido sobre el asiento trasero. “¿Vienes de la playa?”. Tuteo al taxista, que podría ser mi hijo. El joven no se ha percatado de las dunas que le adornan la tapicería, pero confirma que la última carrera la pilló, en efecto, a la altura del hospital del Mar. Tampoco importa; la arena ya se secó, se está fresquito dentro del coche y cruzamos la ciudad raudos cual bala de plata. La radio dispara buena música; ahora mismo suena una vieja canción de Rod Stewart, una melodía muy acorde con lo que andábamos escuchando en la reunión de donde vengo: una de esas cenas de final de verano que congregan a quienes regresan de las vacaciones con quienes no han salido ni al tranco de la puerta. Con mucha retranca, han bautizado el veraneo de agosto en casa con el eufemismo de staycation , de los términos en inglés stay (quedarse, permanecer) y vacation . Hemos pasado un buen rato entre amigos y conocidos, cincuentones largos y sesentones, algunos con hijos que solo pueden independizarse si lo hacen en pisos compartidos. Parejas arrejuntadas, unos; separados y divorciados, otros. La temperatura tropical y las burbujas del cava invitan a brincar de un tema a otro, igual que saltamontes inquietos, como si se nos quemaran los élitros, de Trump al reparto de menores por la Península. En los meandros de la charla, alguien ha mencionado otro palabro nuevo, al menos para mí: el heterofatalismo ; o sea, la fatiga emocional, el desgaste, la frustración con las relaciones sexoafectivas en el minué del cambio de era.
Toallas playeras. En uno de los supermercados donde a veces compro han instalado, junto a las cajas de cobro, un lineal con periódicos frescos y crujientes, exhibidos como productos de primera necesidad: el pan, la fruta, los huevos. ¡Aleluya! Un pequeño oasis resistente ahora que los quioscos desaparecen o más bien dedican el negocio a vender pulseritas, imanes de nevera, protector solar y toallas playeras. Las que se rebozan con arena.
Hay días en que la desazón del mundo deja sin palabras e invita a una peligrosa desconexión
Café caliente. En la cena de la otra noche, personas interesadas en los avatares del planeta confesaban un muy preocupante aislamiento de las noticias por hartazgo. Los incendios devastadores en Galicia, Castilla y León y Extremadura suscitaron el mayor grado de ansiedad, irritabilidad e incluso tristeza, las ganas de desconectar de los periódicos, la tele y sus tertulias. En un reflejo especular, las llamas voraces han proyectado exactamente el mismo espectáculo atroz que la dana de Valencia: quitarse las pulgas de encima e incompetencia manifiesta ante el despliegue de unas competencias que la Constitución de 1978 dejó un poco en el aire. ¿No hubo café para todos? Urgen sensatez y un pacto de Estado.
ChatGPT. Los padres del menor californiano Adam Raine han denunciado a la empresa de inteligencia artificial después de que el chico, de 16 años, cotejara con elchatbot, durante meses, los pormenores de su ahorcamiento; hubo días en que intercambiaron hasta 650 mensajes, y el maldito engendro llegó a ofrecerle la redacción de una nota de suicidio para sus progenitores. Terrible. Me espeluzna el invento de Sam Altman; dan ganas de salir en su busca, si fuera un ente tangible, blandiendo garrotes y antorchas, como los tejedores asaltaban los telares a vapor que los echaban de las fábricas a mediados del siglo XIX. La historia circular: el hombre, la tecnología y la necesidad de imponerle límites éticos.

Escribir. Francisco Umbral, uno de los grandes, teorizó bastante en sus diarios sobre el oficio de escribir artículos de prensa, a diario en su caso. Si la columna le salía briosa, estructurada, viva y armónica, ya le daba igual cómo transcurriera el resto de la jornada. A fuerza de leerlo, constato que este escrito de hoy se habría llevado un capón de su parte. Según su taxonomía, me ha salido un “artículo cabezón”; o sea, con una cabeza muy gorda, un primer párrafo (o entrada) demasiado largo que ha dejado el resto del texto con las patitas muy cortas. Es lo que sucede algunos días, cuando la desazón del mundo te llena los bolsillos de arena.