Una de las campesinas que vendían fruta en el mercado de La Mercè, en Virrei Amat, tenía a mi madre embelesada con sus dichos. Cada vez que yo protestaba porque me daba fruta de postre, me soltaba uno que jamás llegué a entender: “Per l’agost és madura, per setembre, sepultura”. Supongo que iba de recoger la fruta antes de que se echara a perder en septiembre. En castellano topo con un equivalente: “Agosto tiene la culpa, septiembre lleva la pulpa”.

En aquellos tiempos el calendario marcaba unas pautas que, medio siglo después, son pura arqueología. El verano se extendía de San Juan a la Mercè. La liga de fútbol arrancaba en septiembre, la escuela, no mucho antes del 15, y el veintitantos mi madre ya montaba el escaparate de otoño en la zapatería, colocando los nuevos modelos y retirando sandalias y zapatos abiertos. Esa disposición se mantenía hasta antes de la Purísima, cuando irrumpían botines y botas en el escaparate, y así seguíamos durante el frenesí de consumo navideño hasta la noche del día de Reyes, momento en que tocaba desmontarlo todo y rotular los precios llamativos de las rebajas.
El incuestionable cambio climático provoca ahora que la sepultura llegue a la fruta antes de que esté madura. Pero también el calendario se ha visto alterado por la voracidad económica. Que el primer día de septiembre la liga de fútbol ya haya celebrado su tercera jornada habría resultado entonces tan inimaginable como que los lunes hubiera periódicos o que la tele no cerrara emisiones por la noche. La misma continuidad monstruosa que hoy nos vende el propio concepto 24/7 se nos habría antojado, a principios de los setenta, un argumento de ciencia ficción para describir una sociedad insomne, como la que vivimos hoy. Políticamente, el agosto que acabamos de dejar atrás ha resultado tan agitado, o más, que los once meses precedentes. El curso político español empezó una semana más tarde que el fútbol – panem et circenses –, pero en eso no cabe comparación posible, porque en aquella época el jefe del Estado, hoy aclamado sin pudor en la grada del Bernabéu, le aconsejaba a un adulador de pluma servil: “Haga usted como yo, no se meta en política”.