La guerra de Gaza parece haber llegado a un punto de no retorno. Por un lado, el Gobierno israelí de Beniamin Netanyahu alargará el conflicto el mayor tiempo posible en su deseo no ya de exterminar a Hamas sino de invadir por completo la franja y expulsar de ella a la población palestina. Y por otra parte, la consecuencia de esta política de limpieza étnica –aunque cada vez son más las voces con peso político, entre ellas el presidente Sánchez, que hablan ya abiertamente de genocidio– es que el calvario de los dos millones de gazatíes no parece tener fin.
Su desesperación ha llegado al máximo. Ayer mismo, el ejército israelí ordenó la evacuación de toda la ciudad de Gaza, a lo que el mayor hospital de la capital de la franja respondió que sus médicos no dejarán la ciudad y se negó a trasladar a los enfermos al sur “porque no hay sitio para llevar a ningún paciente”. También muchos habitantes de la ciudad de Gaza se niegan a cumplir las órdenes del ejército judío para desplazarse hacia la “zona segura” de Al Mauasi, en el sur del enclave. Tienen tan asumido que morirán, que prefieren hacerlo en las que han sido sus casas –o lo que queda de ellas– en lugar de trasladarse a otro lugar en el que las bombas israelíes también seguirán cayendo. Y a todo ello hay que añadir la hambruna que sufre Gaza, declarada oficialmente por la ONU el pasado 22 de agosto.
La opinión pública mundial se pregunta alarmada qué están haciendo sus gobiernos o los organismos internacionales para poner fin a esta guerra. Y la respuesta es que están haciendo muy poco, sea por incapacidad, por no enfrentarse directamente a Israel e indirectamente a los Estados Unidos de Trump,
o por falta de coraje político. Juega a favor de la impunidad de
Netanyahu la pasividad de su primer socio comercial, la Unión Europea –destino del 32% de sus exportaciones en el 2024–, que no ha adoptado sanción alguna en su contra, en contraposición con los 19 paquetes de sanciones contra Rusia. En una Europa dividida sobre cómo responder a Israel, España parece decidida a encabezar las denuncias y la oposición a las políticas de Netanyahu, aun sabedora de que sus efectos prácticos son limitados.
Ante la inacción política, crece la indignación global por las matanzas y la hambruna en la franja
A nadie se le escapa que el único que puede hacer cambiar de opinión a Netanyahu es Trump. Ninguna otra presión ni crítica afectan o debilitan al premier israelí y mientras siga teniendo el apoyo de la Casa Blanca prolongará una guerra en la que no ha cumplido ninguna de las dos promesas que hizo al pueblo israelí tras los atroces ataques terroristas de Hamas el 7 de octubre del 2023: ni ha acabado con esta organización islamista ni ha conseguido la liberación de los rehenes. Es más, ayer Israel llevó la guerra a Doha al lanzar un ataque aéreo contra la cúpula de Hamas, reunida en la capital qatarí para analizar una propuesta de paz de la Administración Trump. Una acción que aleja aún más la posibilidad de un alto el fuego.
En este contexto, cada vez gana más protagonismo la reacción de la sociedad, de la ciudadanía, que en muchos lugares del mundo sale a la calle para protestar contra las matanzas y la hambruna en Gaza. Desde los campus de las universidades de EE.UU. hasta las manifestaciones en las calles de Londres, desde las cuestionables protestas en la Vuelta Ciclista a España –ayer hubo otra que obligó a acabar la etapa antes de llegar a
la meta– hasta las habidas en el último festival de Venecia, una oleada de indignación moral y ética recorre el mundo y se rebela contra la irrelevante presión política y
diplomática contra el Gobierno de Israel. Los últimos días ha habido más de 150 manifestaciones en los cinco continentes, que también han abierto un debate sobre los límites de la protesta pacífica frente a legislaciones cada vez más restrictivas.
Otro ejemplo de respuesta de la sociedad civil ha sido la Global Sumud Flotilla. Criticada por unos por su falta de preparación y experiencia para afrontar una travesía
por el Mediterráneo y acusada por otros de ser simplemente un arma propagandística de la izquierda, lo cierto es que el mensaje de esta expedición –intentar hacer llegar ayuda humanitaria a la franja– es también una llamada a despertar conciencias y no
permanecer impasibles ante la situación en Gaza. Ayer, la flotilla denunció el ataque de un dron contra uno de sus barcos en el puerto de Túnez y apuntó a Israel como presunto responsable, mientras que las autoridades tunecinas negaban esta versión y hablaban de un incendio originado en la propia embarcación.
El ataque israelí en Doha a la cúpula de Hamas aleja aún más la posibilidad de un alto el fuego
El malestar y la impotencia por el desarrollo de la guerra en Gaza son evidentes también en la propia sociedad israelí. No todos los ciudadanos aprueban la gestión bélica de Netanyahu y existe un profundo debate abierto con el doloroso trasfondo de los rehenes que aún no han sido liberados.