Lo que va, vuelve. Se cosecha lo que se siembra. Aquellos polvos trajeron estos lodos. Tales adagios amonestan y consuelan al mismo tiempo: quien obra mal, ya seas tú o quienes te agravian, acabarán recibiendo su merecido kármico. En realidad, sin embargo, quienes obran mal a menudo escapan a la responsabilidad por su comportamiento, a veces debido a la suerte, y a veces como resultado de una táctica exitosa para avanzar en un objetivo estratégico.
Rusia pertenece a esta última categoría. La estrategia del presidente Vladímir Putin para salirse con la suya en la devastación a gran escala de Ucrania y en la guerra híbrida situacional en Occidente incluye dos tácticas de la era soviética: reclutar a idiotas útiles para la causa y emplear tácticas del salami para lograr sus fines. La primera táctica, a menudo atribuida a Vladímir Lenin, se refiere a la explotación de aliados involuntarios -aquellos que inadvertidamente promueven la causa del actor malo-, posiblemente incluso mientras se oponen a ella en voz alta. Hoy en día, para Putin no hay idiota más útil que el presidente estadounidense, Donald Trump.

Putin identificó el potencial de Trump para desempeñar este papel antes de las elecciones presidenciales del 2016, que trató de decantar a favor de Trump. La cumbre del 2018 de ambos líderes en Helsinki -cuando Trump contradijo públicamente a las agencias de inteligencia estadounidenses al afirmar que Rusia no había hecho ningún esfuerzo por influir en las elecciones- confirmó casi con toda seguridad la valoración de Putin. Desde entonces, Trump ha mostrado un deseo casi patológico de pregonar su “fantástica” relación con Putin, incluso cuando Putin lo ha menospreciado y desafiado.
Después de que su reciente cumbre en Alaska no llevara a ninguna parte, con Putin rechazando la petición de Trump de un alto el fuego en Ucrania, Trump empezó a hacerse eco de la petición del Kremlin de un acuerdo de paz inmediato. Más tarde mostró con orgullo a los periodistas una foto de los dos líderes, que Putin le había enviado. Cuando múltiples drones rusos cruzaron el espacio aéreo de Polonia la semana pasada, Trump, siempre dispuesto a disculpar a Putin, dijo que “podría haber sido un error”. Uno no puede evitar pensar en un niño desesperado insistiendo en que su matón es su amigo.
Uno no puede evitar pensar en un niño desesperado insistiendo en que su matón es su amigo
No es ninguna sorpresa que Trump haya caído en las tácticas del salami de Putin, por las que, para obtener un gran objetivo, que muy probablemente se encontraría con una poderosa resistencia, se avanza a través de una secuencia de maniobras más pequeñas, o rodajas, cada una de las cuales es probable que los oponentes potenciales descarten, minimicen o acepten a regañadientes. Las recientes incursiones de drones en Polonia y Rumanía son un buen ejemplo de ello: el objetivo no era provocar una guerra con la OTAN, sino poner a prueba las capacidades de la Alianza y, lo que es quizás más importante, su determinación.
¿Y cómo respondió a estas provocaciones el idiota útil de Putin en la Casa Blanca? Confirmó, una vez más, que Estados Unidos se resiste a mover un dedo para defender a sus aliados de la OTAN.
Trump intenta presentar las acciones del Kremlin como una prueba de su propia fuerza
Por supuesto, Putin comenzó a utilizar tácticas de salami mucho antes de que Trump llegara a la escena política. La toma gradual de territorio ucraniano por parte de Rusia, que comenzó con la anexión de Crimea en el 2014, también refleja este enfoque. En lugar de contraatacar, Trump intenta presentar las acciones del Kremlin como una prueba de su propia fuerza: si no fuera por mí, afirma, Putin habría tomado todo el país. El héroe de Putin, Iósin Stalin, utilizó un enfoque similar para eliminar a posibles rivales internos, como Lev Trotsky, Grigori Zinóviev, Lev Kámenev y Nikolái Bujarin. Sin duda, cortar un salami era una metáfora demasiado pequeña para un hombre que diseñó planes grandiosos para la economía planificada a escala estatal. Pero Mátyás Rákosi, líder de la línea dura del Partido Comunista Húngaro de posguerra y fiel discípulo de Stalin (hasta que los estalinistas húngaros se volvieron contra él porque era judío), no tenía reparos en utilizar el término.
Las tácticas del salami no se limitan al Kremlin. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Alemania comenzó su búsqueda de la dominación europea con una serie de pequeños pasos no militares y cuasi militares, destinados a ser lo suficientemente limitados como para que las potencias europeas no articularan una respuesta militar. En la actualidad, el presidente chino, Xi Jinping, utiliza tácticas de salami -incluida la construcción discreta de puestos militares avanzados en zonas en disputa- para cambiar el statu quo territorial en el mar de China Meridional y el Himalaya, sin provocar ninguna reacción internacional seria.

Dado que Xi emuló a Mao Zedong en un reciente desfile militar en Pekín, cabe preguntarse si el éxito de su estrategia le está animando a adoptar una postura de mayor confrontación. Al igual que Putin, que estuvo presente, es probable que a Xi no le preocupe demasiado que Trump intente siquiera organizar una respuesta eficaz. Trump es demasiado crédulo, demasiado fácil de manipular, sobre todo por su aparente anhelo de formar parte de su club autoritario. Viendo el desfile de la plaza de Tiananmen, Trump probablemente anhelaba estar sentado junto a espíritus afines, líderes que gobiernan por el miedo, valoran la lealtad personal por encima de todo y desprecian las instituciones democráticas y el Estado de derecho.
Tal vez el karma llegue algún día para Putin o Xi. Pero es poco probable que Trump, el idiota útil, sea su agente.
Nina L. Khrushcheva, profesora de Asuntos Internacionales en The New School, coautora (con Jeffrey Tayler) de In Putin's Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia's Eleven Time Zones (St. Martin's Press, 2019).
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