Apenas adolescente, me topé con dos personas que afectaron a mi formación ética. Uno, mi padre. El otro, Felipe Campuzano. Ambos lo hicieron, cual Diálogo de Platón, respecto del mundo de las ideas. Empezaré con mi padre. En algunas discusiones familiares, él sentenciaba que con Franco uno vivía tranquilo si no tenía ideas. No matizaba con que las ideas fueran políticas o demenciales. Simplemente ideas. Con lo que a mí, a esa tierna edad, me dio miedo que, de mayor, se me ocurriera alguna idea y me fusilaran por cenetista como a su padre o me llevasen a Argelers unos añitos como a su suegro o simplemente que no pudiera vivir tranquilo como, al parecer, vivía él, trabajando y viendo al Barça, sin ideas.

Niños desplazados estos días en Gaza
Por eso el otro día me asusté cuando se me ocurrió como idea que no se puede asesinar a presuntos narcotraficantes en un barco sin juicio previo. O la idea atroz de en qué momento se decidió que los escudos humanos de niños y civiles que rodearan a un terrorista eran precio asumible. Ese tipo de ideas que se revuelven contra lo que creías de la civilización y el respeto a los seres humanos.
¿Los escudos humanos de niños y civiles que rodean a un terrorista son un precio asumible?
No olvido a Felipe Campuzano. Compositor de éxitos como La minifalda o Achilipú, que a finales de los setenta quiso ponerse trascendente y, como aplicado pianista que era, decidió grabar una serie de discos conceptuales sobre las provincias andaluzas, que dio a llamar Andalucía espiritual. Solo terminó tres –Sevilla, Jaén y Cádiz –, por fortuna del mundo de la música y del mundo en general. Lo de las ideas viene a que recuerdo haber leído en Diez Minutos o Semana –de acuerdo, mi madre no era Susan Sontag– que él no leía libros porque los libros eran ideas de otros y Campuzano ya tenía las suyas. Lo terrorífico de esas declaraciones, que hasta un crío podía ver que eran idiotas, es que uno pudiese decirlas sin sonrojo, ser publicadas.
Campuzano y mi padre regresaron a mí en estos tiempos pendulantes entre los que no tienen ideas para así vivir tranquilos y los que no escuchan a los otros porque les basta con sus propias ideas –que nunca son propias– y no leen ni atienden no sea que se las enmienden. Una última idea: vean el documental de Sam Mendes Lo que encontraron, sobre cuando un par de camarógrafos del ejército inglés se toparon con el campo nazi de prisioneros de Belsen. Esa idea de unos que toleraron –como ahora nosotros– a todos los demás.