Donald Trump está convencido de estar en posesión de la verdad absoluta en todas sus declaraciones y actuaciones. Su ego no soporta ni que le lleven la contraria ni que cuestionen sus decisiones, y no le gusta nadie que no diga cosas buenas de él ni que le plantee preguntas incómodas. Está en guerra contra la libertad de expresión, protegida por la primera enmienda de la Constitución de EE.UU., y no duda en pisotearla.
Y su modus operandi lo aplica contra empresas, medios de comunicación, periodistas, artistas, cómicos y todo aquel que le critique, sea de modo directo o a través de terceros, a los que coacciona. En campaña dijo que “terminaría con la censura y recuperaría la libertad de expresión”, pero desde que ha vuelto al poder ha tomado más medidas que atacan este derecho que ninguna otra administración antes. Desde la censura en las universidades hasta deportar a extranjeros por criticarle en redes sociales o haber publicado un texto en un periódico estudiantil, pasando por los ataques a los medios y a los programas de sátira política, el catálogo de medidas implementadas por Trump es prolijo.
Ha presionado para quitar las licencias de emisión a las cadenas de cable que cree injustas con él y ha presentado demandas contra ellas. Tomó represalias contra Associated Press por negarse a cambiar la denominación del golfo de México por “golfo de América”, ha expulsado a periodistas del despacho oval por contrariarle con sus preguntas o por la línea informativa del medio en que trabajan y amedrenta a quienes le plantean cuestiones incómodas. Anteayer, amenazó a un reportero de ABC News precisamente por preguntar si el Departamento de Justicia está criminalizando la libertad de expresión.
Trump también ha presentado querellas multimillonarias contra diversos periódicos. Entre ellos están The Washington Post , The Wall Street Journal y The New York Times , contra el que Trump ha presentado una demanda por difamación por 15.000 millones de dólares, acusándolo de ser “un auténtico portavoz del Partido Demócrata de izquierda radical”.
El presidente utiliza la coacción y la censura para tener el control total de la narrativa
El objetivo final es hacer que entre los medios tradicionales y rigurosos cunda el temor a que el presidente use las querellas para desgastarlos económicamente y amedrentarlos. Trump también ha iniciado acciones legales contra News Corp y Rupert Murdoch por vincularlo con el fallecido pederasta Jeffrey Epstein. Igualmente demandó a ABC News y CBS News, pleitos que concluyeron con acuerdos extrajudiciales millonarios.
La presión de Trump ha llegado también al mundo de la comedia política y a los late show televisivos. La cadena ABC, propiedad de Disney, ha anunciado la suspensión indefinida del programa de Jimmy Kimmel, que lleva veintidós años en antena. La Administración Trump exigió a la cadena que tomara medidas enérgicas contra el comediante, que acusó en su monólogo al movimiento MAGA de explotar el asesinato de Charlie Kirk, y el presidente del regulador audiovisual, nombrado por Trump, había amenazado con retirar a la cadena las licencias de radiodifusión.
Kimmel es el segundo comediante prominente que pierde su puesto en pocos meses. El pasado julio, la CBS anunció que despediría a su compañero satírico Stephen Colbert, quien contaba con el programa nocturno de mayor audiencia en la televisión, y que no renovará tras sus críticas a la empresa matriz de la cadena, Paramount, por pagar a Trump 16 millones de dólares para resolver una demanda.
Ayer, Trump dijo en rueda de prensa con el premier Starmer que el despido de Kimmel no ha sido una cuestión de censura sino de tener malos índices de audiencia. Para Trump, Kimmel dijo “algo horrible sobre un gran caballero llamado Charlie Kirk”. “Puedes llamarlo libertad de expresión o no, pero lo despidieron por falta de talento”, afirmó.
El despido de Kimmel, último ejemplo de la presión trumpista contra toda voz díscola o crítica
Con anterioridad expresó que también quiere que los presentadores de programas nocturnos Jimmy Fallon y Seth Meyers, que trabajan para la competencia, NBC, sean apartados de sus cargos. Políticos demócratas, figuras de Hollywood y del mundo del espectáculo han condenado la supresión del programa de Kimmel, calificándola de censura y de una amenaza a la libertad de expresión.
Trump está dispuesto a destruir la llamada cultura woke y la libertad de expresión, y no duda en emplear para ello la censura y la intimidación. Y prima los posts y mensajes que avalan todo lo que hace su Gobierno, aunque sea falso, sobre los medios tradicionales que verifican y contrastan la información. Trump quiere tener el control total de la narrativa y silenciar a todo aquel que vaya contra la ideología MAGA, convertida ya en una amenaza para la democracia y la libertad en Estados Unidos.