Mi Robert particular

Lo siento, pero yo estuve una vez con Robert Redford. Fue en el aeropuerto de Los Ángeles, a primera hora de la mañana en una sala de embarque vacía y allí estaba él, solo, sentado en una de esas sillas incómodas mientras esperaba un vuelo a Las Vegas. Era el mes de octubre de 1989 y, curiosamente, yo me dirigía a Kansas City para asistir al rodaje del anuncio del cava Freixenet, que aquel año protagonizó Paul Newman. Más casualidades, imposible. Me sentía Katharine Ross, en Dos hombres y un destino.

CANNES (France), 16/09/2025.- (FILE) - US actor and director Robert Redford poses during the photocall for 'All Is Lost' at the 66th annual Cannes Film Festival, in Cannes, France, 22 May 2013 (reissued 16 September 2025). Redford has died at the age of 89 at his home outside Provo, Utah, USA, on 16 September 2025, as reported by his representative. (Cine, Francia) EFE/EPA/IAN LANGSDON

Redford, en el festival de Cannes en el 2013 

EFE

Con esa excusa, que me otorgaba un grado de proximidad con el actor y varios de atrevimiento, en plan: “Buenas, tengo una cita con su amigo Paul”, me presenté como periodista de Barcelona y, por si no ubicaba el lugar, añadí: “The next olympic city” . El actor me miraba sin decir ni una palabra, hasta que soltó: “Conozco Barcelona, estuve allí hace mucho tiempo”.

Y yo, que tenía una amiga que durante años, sin que nadie la creyera, estuvo diciendo que, a finales de los cincuenta del siglo pasado, coincidió con Redford en la antigua Escola Massana, se lo solté al actor en el aeropuerto. Y, mira tú por dónde, era verdad y me dice: “Y usted cómo sabe eso, es muy joven”. Y, en ese momento, además de caer rendidamente enamorada, fui incapaz de pedirle un autógrafo, y menos de obtener una prueba gráfica que, por aquel entonces, solo posibilitaba una cámara de fotos.

Mi historia con Robert Redford debió de durar minuto y medio, pero ya se sabe que es muy corto el amor y muy largo el olvido.

No son conscientes algunos hombres de lo mucho que le deben a Robert Redford

No le pude decir, y menos mal porque qué culpa tenía él, lo mucho que lloré con los finales de Tal como éramos y Memorias de África, sintiéndome como esa novia a la que el protagonista que encarnaba Robert mucho quería pero que siempre abandonaba; ni llegué a contarle que en todas las redacciones (e incluso relaciones) siempre buscaba, y a veces hasta he encontrado, a alguien parecido a su Bob Woodward de Todos los hombres del presidente.

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Por aquel entonces yo andaba prendada de un caballero que tenía, o al menos yo así lo quería ver, un notable parecido con Robert Redford; ojos azules, cabello claro, alto, apuesto, e igualmente inalcanzable. Para completar la película corrí la misma suerte que Katie Morosky (Barbra Streisand) con Hubbell Gardiner y que Karen Blixen (Meryl Streep) con Denys Finch Hatton y me quedé sin mi Robert particular. No son conscientes algunos hombres de lo mucho que le deben a Robert Redford. Gracias a él llegamos a aceptar que casi es mejor un amor imposible que uno realizable y que, muchas veces, como diría Pablo Milanés, “vale más poco con ganas que mucho sin ser querido”.

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