El asesinato de Charlie Kirk ha removido, más si cabe, los cimientos de Estados Unidos. Kirk era un demagogo excelente. Un pico de oro. De ahí la veneración que su figura despertaba entre las bases del movimiento MAGA, el sustrato más nutritivo del tsunami trumpista.
Su andamiaje intelectual era tan básico como efectivo. Sus argumentos se hacían más poderosos por la forma que había escogido para defenderlos: batirse en duelo dialéctico con quien quisiera probarle que estaba equivocado. Esto le daba una aura muy efectiva de caballero andante que lucha a brazo partido por sus ideas contra el gigante izquierdista y woke . Kirk había traspasado la categoría de ídolo de masas para consagrarse en la de apóstol.

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De esta parte del Atlántico, a Charlie Kirk se le ha presentado como un monstruo reaccionario y, como tal, una suerte de coautor de su propio asesinato. La idea que ha empapado muchas crónicas y análisis ha sido esta: si bien es cierto que fue otro quien disparó el rifle de precisión, no lo es menos que fue él mismo quien lo cargó con la munición de sus ideas.
Una suerte de quien a hierro mata, a hierro muere que, sin llegar a justificarlo, establece un marco de comprensión política y de inevitabilidad del asesinato. En EE.UU. este tipo de argumentación también ha tenido sus embajadores. Muchos ciudadanos anónimos, otros más conocidos o directamente celebrities . También ha habido las inevitables muestras de inhumanidad a las que nos tiene acostumbrados el mundo digital, con gente celebrando el asesinato del mismo modo que lo haría un hooligan con un gol de su equipo.
Trump y Vance alumbran el ‘wokismo’ conservador; ojo por ojo y diente por diente
Que Trump y el movimiento MAGA intentarían sacar provecho de este asunto era cosa sabida. Así lo dicta el manual de la política. La bala que atraviesa el cuello de Kirk es, en términos de oportunidad, un momento único para redoblar el ataque al contrario ideológico que, indefectiblemente, queda reducido a posiciones defensivas. Por eso el inmediato señalamiento de los grupos antifascistas, izquierdistas y wokes como culpables por poner la diana encima de la cabeza de Kirk, al señalarlo permanentemente como nazi, racista, tránsfobo, homófobo, etcétera.
Hasta aquí sólo palabras. Solo que tras éstas van llegando los hechos. Trump amenaza ahora con ilegalizar a una parte del espectro ideológico estadounidense –lo que él califica de grupúsculos antifascistas–, al tiempo que el vicepresidente, JD. Vance, anima a los estadounidenses a delatar ante los empresarios a aquellos trabajadores que, ante el asesinato de Kirk, hayan hecho comentarios desafortunados.
Y así ha sucedido. La lista de cancelados por esta caza de brujas es cada día más larga. Desde personas que ocupaban puestos anónimos a presentadores de televisión están ya en el paro. Y de fondo, las amenazas de la administración republicana de poner límites a la libertad de expresión legislando sobre el delito de odio. Algo que ya ha provocado la dura respuesta de un sector del republicanismo, como el influyente expresentador de Fox News y podcaster Tucker Carlson, que acusa a Trump de traicionar los fundamentos de la libertad de expresión que el fallecido Charlie Kirk defendió en vida con todas sus fuerzas.
La razón está de parte de Tucker Carlson. Tantos años desde el conservadurismo plantando cara a la dictadura woke , denunciando la política de cancelación que la izquierda autoritaria practica cuando puede desde las atalayas intocables del feminismo, de la ideología de género o de las abusivas políticas de inclusión o diversidad, para que ahora la oferta sean la censura y la cancelación, sólo que cambiando las bocas que hay que acallar a cualquier precio.
Cuán ridículo parece el discurso de J.D. Vance en Berlín, cuando dijo a los europeos –¡con razón!– que teníamos un serio problema con la libertad de expresión porqué había cosas que no nos atrevíamos o no podíamos decir. Y sin embargo, ahora sabemos que él y su jefe son unos fariseos. Sólo buscan el diente por diente. Venganza. Su promesa de acabar con la cultura de la cancelación solo era una excusa para empezar a practicar la suya. Tramposos. ¡Si el pobre Kirk levantara la cabeza!