Sobre un fondo de campo arado, con tractor al fondo, el líder de la oposición dice: “Yo no acepto lecciones de aquellos que lo que (?) más verde han visto en su vida han sido los jardines de la Universidad Complutense”. Resulta extraño que, para poner en valor un ámbito tan importante como el rural, desprecie el académico. ¿Por qué enfrentar la labor del agricultor que cosecha tomates con la del químico que investiga los fertilizantes? El caso es que las televisiones seleccionan estas palabras del político y nos las ofrecen porque forman una frase bárbara. Una frase trituradora. Farragosa en la sintaxis –dirá algún lingüista lechuguino de campus– pero afilada. Inquietante, en plena guerra del presidente de EE.UU. contra el conocimiento, recortando fondos de universidades y paralizando investigaciones clave para la humanidad.
En este contexto de pesadilla, con el ámbito universitario en el punto de mira del jefe de la potencia mundial, nuestro político se sube al carro de los nuevos tiempos medievales y suelta su perla. A él no le dan lecciones personas que lo más verde que han visto en su vida son los jardines de la Complutense. Gente que no tiene ni idea, propensa a entretenerse en ese césped que pisaron personas que no aportan nada como Severo Ochoa o Ramón y Cajal. Ni hablemos de Emilia Pardo Bazán o Machado y su tontería de hacer camino al andar. A nuestro político moderno no le dan lecciones los bioquímicos, ni los filólogos, ni los filósofos, ni los historiadores, ni los físicos, ni los biólogos de jardín.
¿Por qué enfrentar la labor del agricultor que cosecha tomates con la del químico que investiga los fertilizantes?
Luego la vida es complicada y puede que, por ejemplo, tenga que llevar alguna vez a su perro, si tiene, a visitar a una persona que estudió casualmente veterinaria en ese vergel. Tal vez incluso haya conocido a gente formada en enfermería, para que le cure algo, o haya visitado a alguno de los trescientos doctores y doctoras que se gradúan cada año en ese campus verde absurdo. Quién sabe si un día, sin darse cuenta, necesitó un podólogo, una oftalmóloga, un fisioterapeuta, un abogado, una economista, un dentista y, por qué no, hasta un psicólogo de esos que se andan graduando entre jardines.
¿No es casi todo lo bueno que tenemos el fruto de una cadena de personas, que ni siquiera se conocen, colaborando desde distintos ámbitos, como dijo no sé quién?
