¿En qué se parecen Trump y Ramsés II?

Hay que huir de los faraones como de la peste. Si quieren, sigan leyendo Astérix y Cleopatra, poniéndose las gafas de realidad virtual para revivir la construcción de las pirámides, viendo las películas de Liz Taylor y Charlton Heston, leyendo las novelas de Mika Watari, cantando zarzuelas babilónicas o haciendo cruceros por el Nilo. Sin embargo, como medida de precaución, lean antes el último ensayo de la egiptóloga Irene Cordón, y verán de repente a aquellos hombres como lo que eran: autócratas con un ego desbocado, hombres despiadados con mucho poder, delirios de grandeza, sed de dominio y alejados del pueblo.

faraones

 

LV

Faraons de Silicon Valley ( Càpsula) establece inquietantes paralelismos entre los faraones vistos sin filtros y prohombres de la actualidad, desde los mega-empresarios Musk o Zuckerberg a gobernantes con pocos –o ninguno– escrúpulos democráticos como Trump, Putin o Netanyahu.

Los faraones tenían clara la importancia de la representación del poder. Las estatuas no los muestran como eran: Tutankamón con 9 años aparece como un adulto, o Hatshepsut (una de las pocas mujeres) se representa con una barba postiza. La gran batalla, como hoy, era la construcción del relato, las ficciones compartidas que justifican la estructura de poder. La verdad no importa, sino construir un relato más poderoso que la realidad: hoy, las elecciones que Trump ‘perdió’, la gran ‘seguridad nacional’ que da destruir Gaza, o una ‘operación especial desnazificadora’ en Ucrania. Puro teatro. Impunidad narrativa.

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Cordón ve similitudes también entre las grandes pirámides y las mega-oficinas de Silicon Valley: ¿qué diferencia Gizah del Apple Park diseñado por Norman Foster, con un coste de más de 5.000 millones de dólares (los despachos más caros del mundo, donde encima los empleados se estrellaban contra los cristales)?

Los faraones también promovieron la xenofobia: destaca, en la dinastía XVII, Seqenenra Taa II, que puso en marcha una cruzada para expulsar a los hicsos, asiáticos que llevaban décadas viviendo pacíficamente en Egipto y que fueron identificados como intrusos a los que había que echar, chivo expiatorio de todos los males.

Las visiones feministas con que algunos han retratado a las escasas faraonas provocan la risa. Las poquísimas que alcanzaron el cargo asumieron jugar con las reglas patriarcales de los hombres. Y no había faraón sin harén, ostentando el récord el del machote Ramsés II, con más de trescientas mujeres, mero ganado reproductivo.

Yo no me privaré de seguir consumiendo ficciones sobre este mundo. Pero son eso, ficciones.

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