Nunca llegábamos al capítulo dedicado al franquismo. Estudiábamos la Revolución Francesa, la Revolución Rusa, a lo mejor la Gran Guerra, y nos quedábamos ahí, porque el curso se acababa antes que el temario. Algunos sabíamos qué fue la dictadura por lo que nos contaban en casa. Luego vimos películas, leímos libros. En el cambio que nos daban al hacer la compra, podía haber un duro o una peseta con la cara de Franco, aunque hubiéramos nacido en democracia. Nuestra calle podía llevar el nombre de un militar de la División Azul; junto al portal, en muchas fachadas, había una placa con el yugo y las flechas.
Esos símbolos parecían haber perdido su significado y se toleraban igual que normalizamos vivir sin memoria histórica (o sin una ley que la protegiera) hasta que cumplí treinta años, en el 2007. En vez de denunciarlos o de temerles, se ridiculizaba a quienes levantaban el brazo en el Valle de los Caídos. Se les llamaba nostálgicos, empañando la palabra mientras se suavizaba lo que eran realmente. La simplificación de los términos hizo que se utilizaran facha o nazi con el mismo vacío semántico. Pero la corrección política pedía prudencia para no caer en la banalización.
Deduzco que si Donald Trump detiene a los antifascistas, es fascista
Incluso cuando la extrema derecha atacaba desacomplejada los valores democráticos, había quien la consideraba inofensivo populismo. “Una cosa es lo que dicen, y otra lo que harán; no pueden hacer lo que prometen”, he oído de Trump y de Milei y de Vox y de Aliança Catalana y de Díaz Ayuso. Al final han sido ellos quienes toman la palabra, tergiversan la libertad, despotrican contra la dictadura woke, les da igual ser fachas.
¿En qué momento podemos empezar a hablar de fascismo?, preguntaba la periodista Clara Blanchar en El balcó de la Ser Catalunya. Otros plantean si podemos tratar de autoritario al Gobierno de Estados Unidos. Deduzco que si Trump detiene a los antifascistas, es fascista. El filósofo Rob Riemen, autor de La palabra vencedora de la muerte, lleva años denunciando que el fascismo se expande otra vez; muchas personas lo acogen porque se corresponde a los miedos y deseos que sienten. Recuerda que la cultura y el pensamiento son imprescindibles para hacerle frente. Y, citando a Goethe, que la civilización es un ejercicio de respeto tanto por el prójimo como por la propia dignidad.
