La Asamblea General anual de las Naciones Unidas es siempre una ocasión para hacer balance del estado del mundo. Pero este año, en el 80 aniversario de la fundación de la ONU, también ha sido una ocasión para hacer balance de la propia organización.
Se mire por donde se mire, la situación de la ONU es calamitosa. Aunque la agresión rusa contra Ucrania y las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China no pueden achacarse a la ONU, sí ponen de manifiesto un problema fundamental. El Consejo de Seguridad de la ONU -en el que China, Rusia y Estados Unidos ejercen el derecho de veto- está sumido en un enfrentamiento permanente por una u otra cuestión, lo que impide que el resto de la organización avance en casi nada.
Protestas en las cercanías de la sede de la ONU en Nueva York, ante la celebración de la Asamblea General, la semana pasada
Consideremos la situación en Oriente Medio, donde la ONU ha desempeñado un papel central en la resolución de conflictos y el establecimiento de la paz desde que se creó el Estado de Israel (en virtud de una resolución de la ONU). Numerosas operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU en la región han contribuido a aliviar las tensiones, y los ingentes esfuerzos humanitarios, dirigidos principalmente a las comunidades de refugiados palestinos, han salvado innumerables vidas. Aunque la ONU no ha forjado una paz duradera, sin duda ha contribuido a evitar algunas guerras y a acortar otras.
En los últimos años, sin embargo, la ONU se ha visto cada vez más marginada. El llamado “cuarteto” (la ONU, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia) es ahora un recuerdo lejano, y numerosas operaciones de la ONU han sido objeto de ataques directos, principalmente por parte de Israel. El gobierno israelí no sólo cuestiona los esfuerzos humanitarios del OOPS (Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente), sino que ahora bloquea la labor de la organización siempre que puede.
¿Tiene futuro la ONU? No hay forma de que sobreviva sin reducir sus ambiciones y capacidades
Antes del ataque de Hamás a Israel del 7 de octubre de 2023, la ONU era esencial para mantener la situación en Gaza relativamente estable. Aunque no podía superar las divisiones entre los palestinos, especialmente después de que Hamas asumiera el poder en Gaza en 2006, podía ayudar, y de hecho lo hizo, a proporcionar los medios básicos de supervivencia a los dos millones de habitantes del enclave. Pero ahora Israel ha cuestionado o atacado prácticamente todos los aspectos de la labor de la ONU en este asunto, y no podría haberlo hecho sin el apoyo tácito de Estados Unidos. El presidente estadounidense Donald Trump, en particular, ha demostrado estar dispuesto a aceptar prácticamente todo lo que hace el gobierno extremista del primer ministro israelí Beniamin Netanyahu.
Mientras tanto, la ONU se ha esforzado por movilizar una respuesta eficaz en Sudán del Sur, un estado semiclandestino, y en Sudán, donde una devastadora guerra civil entra en su tercer año. Del mismo modo, desde la secesión de Katanga en 1962 hasta las recientes operaciones de paz en el noreste del Congo, África Central sigue preocupando a los pacificadores y mediadores de la ONU.
En todo el mundo no faltan crisis que exigen la intervención de la ONU: desde Gaza y Sudán hasta la República Democrática del Congo, Haití, Myanmar y Afganistán, por nombrar sólo algunas. Pero con las potencias más grandes fijadas en sus enfrentamientos entre sí, y con la administración Trump retirando no solo el apoyo activo sino también la financiación, el panorama para la ONU parece sombrío. Estados Unidos aporta el 25% de la financiación de la ONU, pero ha dejado de enviar sus contribuciones. También aporta tradicionalmente una parte aún mayor de la financiación voluntaria para operaciones humanitarias, pero estos fondos también se han recortado.
Para empeorar las cosas, China, el segundo mayor contribuyente de la ONU, también se ha retrasado en sus pagos. Con una situación financiera cada vez más desesperada, el secretario general de la ONU, António Guterres, advierte que el personal de toda la organización tendrá que reducirse en una quinta parte. Se dice que la moral está baja, al igual que las perspectivas de un cambio a mejor. Con su reciente discurso ante la Asamblea General, Trump dejó claro que no siente más que desprecio por la organización. El único papel que parece ver para ella es el de ayudarle a conseguir un Premio Nobel de la Paz. Es casi seguro que la próxima revisión de los compromisos multilaterales de Estados Unidos por parte de la administración Trump traerá más malas noticias.
¿Tiene futuro la ONU? Aunque la demanda es tan grande como siempre, es evidente que su capacidad de actuación ha disminuido. No hay forma de que sobreviva sin reducir sus ambiciones y capacidades; precisamente cómo lo haga será una cuestión central en los próximos años.
Dado que el mandato de Guterres finaliza en 2026, el proceso de selección de su sucesor también tendrá que incluir un debate sobre cómo garantizar la supervivencia de la ONU a largo plazo. Trasladar la sede fuera de Estados Unidos es un paso natural, debido no sólo a la retirada de la financiación estadounidense y a la necesidad de ahorrar costes, sino también a la negativa de Estados Unidos a conceder visados a los asistentes a las reuniones de la ONU (como hizo con los dirigentes palestinos este año).
Sí, una ONU que ya no tenga su sede en Nueva York sería diferente en muchos aspectos. Pero la reubicación también puede ser la única forma de que sobreviva. Dag Hammarskjöld, el segundo secretario general de la ONU, dijo que el organismo no se creó para traer el cielo, sino para librarnos del infierno. Esa tarea sigue siendo tan importante como siempre. Pero para que todo siga igual, es necesario que todo cambie.
CARL BILDT. Ex ministro de Asuntos Exteriores de Suecia (2006-2014). Ex primer ministro (1991-1994)
Project Syndicate, 2025
