Hay un momento en el calendario en el que el tiempo parece suspenderse. Yom Kippur, el Día del Perdón en la tradición judía, será conmemorado por la comunidad judía el próximo 1 de octubre por la tarde y a lo largo de todo el día 2 de octubre. Es la jornada en que el bullicio cotidiano se apaga, las calles se vacían, el alma se inclina hacia adentro y las palabras adquieren un peso distinto. Ese día, la comunidad se invita a reconciliarse consigo misma, con los demás y con lo divino. Pero ¿qué significa realmente perdonar? ¿Es ceder, olvidar, diluir los principios en nombre de una paz superficial?
¿Cuál es el mensaje central de Yom Kippur?
El mensaje central de esta jornada es que no se trata de un ritual pasivo de arrepentimiento, sino de un ejercicio consciente de responsabilidad. No basta con borrar errores como quien pasa una esponja sobre una pizarra; se trata de reconocer la fractura, comprender su hondura y comprometerse a reparar.
¿Quiénes somos para perdonar?
El perdón, en esta clave, no es complacencia ni renuncia a la verdad: es integridad. Es la capacidad de mirar de frente el daño y, sin falsear la memoria, abrir espacio a la restauración. La gran trampa de la palabra “perdón” es confundirla con sumisión. Pensamos, a menudo, que perdonar es traicionar los ideales para no incomodar al otro. O que debemos otorgarlo siempre, incluso cuando quien nos dañó no muestra el menor atisbo de arrepentimiento. Pero Yom Kippur plantea otra lógica: el perdón no es una coartada para la injusticia, ni un narcótico para aliviar culpas sin transformación. Es, más bien, un ejercicio ético de autenticidad. No responde a la manipulación ajena, sino a la decisión libre de quien quiere ser dueño de su historia.
La libertad de Ser
En la vida hay circunstancias que no podemos controlar: quién nos hiere, cuándo se produce la fractura entre seres queridos, qué respuesta nos ofrece el otro. Pero sí está en nuestras manos elegir nuestra respuesta. Podemos permanecer esclavos del rencor o liberar el corazón para no quedar encadenados al daño. El perdón, en este sentido, no es un obsequio a quien no lo merece, sino una afirmación de autonomía interior: la de no permitir que la herida y el dolor dicte el resto de nuestra vida.
De ahí que el perdón no equivalga a una absolución indiscriminada. Nadie pide que se oculte la injusticia ni que se confunda la misericordia con ingenuidad. Lo que esta jornada recuerda es que el perdón auténtico surge de una decisión soberana: la de no dejar que el mal sufrido devore nuestra identidad. Perdonar es rehusar la tiranía del pasado. Es declarar que, aunque no controlemos lo que ocurrió, sí podemos decidir qué lugar le damos en nuestro relato.
Yom Kippur es entonces algo más que un día litúrgico. Es una escuela de libertad del espíritu, que enseña que la vida humana no está determinada por el error, sino por la posibilidad de rectificar. Muestra que la dignidad no se destruye con la culpa, siempre que exista voluntad de reparación. Y recuerda que el sentido no depende de las circunstancias externas, sino de la actitud interna.
En un mundo donde las heridas colectivas e individuales parecen multiplicarse, Yom Kippur ofrece una lección urgente: perdonar no es olvidar ni justificar; es optar por un horizonte de vida en el que la verdad, la memoria y la integridad se reconcilian con la esperanza. Tal vez esa sea la verdadera grandeza del perdón: no cancelar lo que pasó, sino abrir un futuro en el que el mal no tiene la última palabra.
Por ello, para dedicarnos en pleno a esta introspección, en este día la Comunidad Judía manifiesta abstención de comer, de beber y de todos los placeres mundanos. Es un día de austera severidad en el ciclo del calendario, que nos guía un año más a tiempos de renovación.