Los gigantes tecnológicos mueven cientos de miles de millones en torno a la inteligencia artificial y su valor en bolsa crece día tras día. Tanto es así que muchos se preguntan sobre el riesgo de que estemos ante una nueva burbuja tecnológica, como la que se vivió con internet hace veinticinco años. El riesgo existe. Pero, frente a este temor, la opinión contraria entre los inversores es que la IA es la gran tecnología disruptiva que cambiará el mundo –en realidad ya lo está haciendo–, al igual que en su día lo hicieron la electrificación o el propio internet y que, por tanto, es el momento de apostar por ella. Nadie quiere quedarse atrás.
Para Jeff Bezzos, el fundador de Amazon, no estamos ante un burbuja financiera sino ante una burbuja industrial, si bien asegura que la elevada inversión en IA saldrá a cuenta más adelante, porque su retorno será tangible, al crear un avance sustancial en los tejidos productivos. El propio Sam Altman, fundador y consejero delegado de OpenAI, la empresa de ChatGPT, ha afirmado, sin embargo, que probablemente los inversores en general están demasiado entusiasmados con la IA.
La realidad es que la competencia económica y geopolítica entre grandes compañías, así como entre estados, impulsa un frenesí de inversiones en todo el mundo, principalmente dirigidas a la construcción de gigafactorías que albergan miles de chips costosos y de alto consumo energético. La propia Unión Europea, que intenta recuperar el terreno perdido frente a China y Estados Unidos, ha anunciado un ambicioso plan para situarse a la vanguardia de la IA y de las otras tecnologías críticas. Ya tiene más de 70 propuestas de 16 estados miembros para establecer gigafactorías de IA, cuando inicialmente no se preveían más de cinco, con una inversión de más de 230.000 millones de euros en los próximos cinco años. Ello demuestra el creciente impulso europeo en este campo. Pero las inversiones en IA crecen a un ritmo exponencial en todo el mundo. Estudios de agencias privadas americanas indican que se superarán los 1,5 billones de dólares en el 2025 y los 2 billones de dólares en el 2026.
Frente al temor de una nueva burbuja, se impone la realidad de una tecnología imprescindible
Un ejemplo paradigmático de este enorme dinamismo es que OpenAI, empresa pionera en el desarrollo de la IA, se ha convertido ya en la startup no cotizada en bolsa más valorada del mundo. En concreto, su valor se estima en unos 500.000 millones de dólares, en función del precio al que sus empleados han vendido parte de sus acciones. Este precio millonario, que desborda todas las expectativas, es reflejo del citado auge que registran las inversiones en proyectos de IA.
Las inversiones europeas se quedan, no obstante, muy cortas con respecto a las que realiza Estados Unidos e incluso la propia OpenAI. Esta compañía, por ejemplo, lidera el proyecto Stargate, en el que piensa invertir 400.000 millones de dólares desde ahora hasta el 2029 para la construcción de gigafactorías de IA y de centros de datos en un macropolígono en Texas, que tendrá una superficie equivalente a la de Manhattan. Junto a ella participan, entre otros, Softbank, Oracle, Microsoft y también Nvidia, la principal fabricante de chips del sector, que acaba de anunciar una inversión de 100.000 millones de dólares en OpenAI.
La gran paradoja, al igual que sucedía en sus inicios con los actuales gigantes tecnológicos, es que OpenAI no es todavía rentable y, frente a los miles de millones que invierte, solo factura 13.000 millones de dólares. Para los socios de Open AI, sin embargo, la obtención de beneficios es solo cuestión de tiempo. Su ChatGPT está ya siendo utilizado por setecientos millones de personas, casi el 9% de la población mundial, la mayoría de los cuales usa sus servicios de forma gratuita. Cuando lo hayan incorporado plenamente a su vida cotidiana y
en sus empresas será el momento de empezar a cobrarles. Esa es la estrategia de la compañía.
Los españoles son los europeos que más confían en la IA, pese a que no esté exenta de riesgos
Entre los europeos más entusiastas de la IA se encuentran precisamente los ciudadanos españoles. Una reciente encuesta en varios países europeos señala que son los que más confían en ella: el 82% asegura no temer ni preocuparle la IA, frente a la media del 77% de otros países. Se refleja también en el grado de uso diario, en el que hay un 25% de personas que dice recurrir a la IA varias veces al día y un tercio que accede al menos en una ocasión a diario. Hay que presuponer que eso es bueno.
El problema es que, en contra de lo que piensan la mayoría de usuarios españoles, la IA no está exenta de riesgos, y reduce la capacidad de pensamiento critico si no se usa adecuadamente. Por ello no solo hay que invertir en su desarrollo empresarial , sino en la formación educativa y profesional, para que se pueda utilizar correctamente y con toda su potencialidad.