Los integrantes de la Global Sumud Flotilla ya están en casa. Su aventura acabó sin que hubiera que lamentar ninguna desgracia y la misión, llamar la atención sobre el genocidio de Gaza, se cumplió, como lo demuestran las manifestaciones vividas el fin de semana. Seguro que los participantes de la Flotilla, en especial los vinculados a la política, acapararán estos días más atención mediática que, a su vez, provocará adhesiones y críticas. Líderes como Ada Colau suscitan una polarización notable. Quizá por la presencia de políticos a la Flotilla, a quienes siempre cabe atribuir afán de protagonismo, o por la polémica que acompaña a la figura de Greta Thunberg, sometida al escrutinio entre la radicalidad de su discurso y su vida práctica, o puede que por todo a la vez, el caso es que la Flotilla ha recibido no simples críticas, sino bastantes burlas. Que si era “un viaje de placer”, que si iban a “bañarse en las calas de las islas griegas”, que si era “una asamblea de facultad flotante” y parodias similares.
La existencia de cierto postureo es consustancial al activismo, no lo vamos a negar. Pero es curioso lo fácil que resulta mofarse de una acción directa, más que del llamado activismo virtual o de sofá, basado en el “like ” y el “share ”. Por supuesto que la acción de la Flotilla no va a acabar con el sufrimiento de los palestinos, como tampoco los integrantes de Greenpeace que colocan una pancarta en lugares inaccesibles de la Amazonia acabarán con la deforestación. Ni los “like ” del móvil acabarán con las injusticias. El activismo pretende articular movimientos sociales en favor de determinadas causas y unas veces consigue que cristalicen en cambios y otras no.
Los nuevos movimientos sociales ya no son como los que se construían alrededor de reivindicaciones obreras o materiales, sino que tienen más que ver con cambios en los valores, en la calidad de vida, en el respeto a las identidades de todo tipo (género, raza, religión, cultura, territorio…), la defensa de los derechos humanos o la autonomía de los individuos. Si uno no se siente identificado con un determinado movimiento, éste resulta realmente antipático. Pero en su mayoría (no todos) siguen siendo una forma de participar en la política de manera no oficial y contribuyen a la salud democrática. Y tampoco vamos tan sobrados de esto último.