En la política francesa suele decirse que el primer ministro es el fusible que utiliza el presidente de la República para no acabar quemándose él. Pero a Emmanuel Macron se le están acabando los fusibles. Ayer, menos de 24 horas después de anunciar la composición de su gobierno, Sébastien Lecornu presentó su dimisión como jefe del Ejecutivo. Había accedido al cargo hacía 27 días –es el tercer primer ministro que tira la toalla en menos de un año y el quinto nombrado por Macron en dos años–, lo que evidencia la gravedad de la crisis política que vive Francia.
Para justificar su decisión, Lecornu –que se ha convertido en el premier más breve de la V República– criticó la intransigencia de los partidos franceses, incluidos los de la coalición de gobierno, acusándoles de primar sus intereses sobre los del país. La imposibilidad de lograr acuerdos para una mayoría que pudiera gobernar ha hecho que el hasta ayer primer ministro, que había presentado un programa político similar al de su predecesor y un gabinete continuista, constatara en pocas horas que tenía opositores a su nuevo gabinete tanto entre sus rivales políticos como entre sus propios aliados, y que la posibilidad de obtener la luz verde en la Asamblea Nacional era nula.
Todo es consecuencia de la fragmentación del Parlamento, en el que ninguno de los tres bloques existentes dispone de mayoría suficiente. Obviamente la dimisión de Lecornu ha hecho aumentar las críticas de la oposición contra Macron, al que responsabilizan de la crisis. Recordemos que el presidente decidió convocar el año pasado legislativas avanzadas tras los resultados de las elecciones europeas y desde entonces la inestabilidad, por la falta de mayorías, se ha apoderado de la política francesa. El presidente del ultraderechista Reagrupamiento Nacional, Jordan Bardella, insistió ayer en que “no se puede restablecer la estabilidad sin el regreso a las urnas y sin la disolución de la Asamblea Nacional”. Y la izquierda radical de La Francia Insumisa demandó que se debata una moción para la destitución del presidente. “Macron debe irse”, dijo la jefa del grupo parlamentario de LFI.
Dimite Sébastien Lecornu, el quinto primer ministro francés en dos años, tras solo 27 días en el cargo
El presidente de la República se encuentra en la misma encrucijada en la que estaba hace apenas un mes. Debe elegir de nuevo entre nombrar su enésimo primer ministro –podría optar como última bala por un socialista, lo que llevaría a una cohabitación– o convocar elecciones anticipadas. Lo malo es que ninguna de las dos opciones, como ocurría hace un mes, garantiza ni que un nuevo premier obtenga la luz verde del Parlamento, ni que unos comicios avanzados arrojen una mayoría parlamentaria que permita gobernar. De momento, Macron pidió ayer a Lecornu un último esfuerzo negociador hasta este miércoles y dijo que, si no, “asumirá sus responsabilidades”, sin concretar más.
La política francesa parece moverse estos últimos meses entre lo excepcional y lo repetitivo. La sensación de déjà-vu es inevitable, sin que ello oculte la gravedad de la situación de un país instalado en la ingobernabilidad y con un presidente de la República cada vez más criticado e impopular, incapaz de hallar una solución a esta crisis. Por eso quedaría una tercera opción: que Macron no agotase su mandato, que acaba en abril del 2027, y adelantase las elecciones presidenciales, una posibilidad que, por el momento, no parece la más probable.
Francia vive una parálisis política desde julio del 2024. Lecornu era la última apuesta de Macron, uno de sus más fieles seguidores y el ministro que más tiempo había estado en el gobierno. Pero otra vez su elección se ha demostrado fallida. Tras el fiasco de cinco primeros ministros en dos años, la presión sobre Macron para que anuncie elecciones generales anticipadas es máxima, aunque siempre se ha mostrado reticente a convocarlas. Sabe que las encuestas auguran una nueva caída de los partidos macronistas, una subida de la extrema derecha y quizá un ligero descenso de la izquierda, lo que daría como resultado otra vez una Asamblea tan fragmentada como la actual.
El presidente deberá optar entre otro jefe de gobierno, elecciones o dimitir y pide otro esfuerzo negociador
Las consecuencias de la crisis política se trasladan a la situación económica. Los ajustes y recortes que el Estado debe hacer en sus finanzas públicas para paliar su enorme déficit son el caballo de batalla que enfrenta a los partidos. Francia acumula una deuda pública récord, con una relación deuda/PIB que es la tercera más alta de la UE, por detrás de Grecia e Italia, y se acerca al doble del 60% permitido por las normas de Bruselas. Esta nueva crisis volvió a sacudir ayer los mercados financieros y bursátiles. Francia se hunde en un nuevo vacío político marcado por el bloqueo parlamentario y una creciente presión social y económica. Y Macron se está quedando sin espacio ni tiempo y suscita cada vez más dudas sobre su capacidad para gobernar y sacar al país de la crisis.