Una vez más, el jurado del premio Nobel de Literatura ha puesto por encima de cualquier otra consideración la calidad literaria al premiar al húngaro László Krasznahorkai, autor de una contundente obra que se adentra en los meandros de la decadencia colectiva y la vitalidad del individuo, todo ello con una imaginación desbordante y un estilo neobarroco y digresivo, salpicado de humor.
Es de saludar que, en los últimos años, el puñado de hombres justos de la Academia Sueca, superado el escándalo del 2018, haga descubrir al gran público nombres que, como los de Han Kang, Jon Fosse, Annie Ernaux, Abdulrazak Gurnah o Louise Glück, no estaban en las listas de más vendidos y que, por arte de magia, una vez al año, pasan a ocupar las portadas de los principales medios globales. Que la prosa de Krasznahorkai se explique y justifique en la maravilla de ella misma no significa que el autor no esté comprometido con su sociedad, criticando siempre que tiene ocasión la deriva autoritaria de Viktor Orbán.