María Corina Machado (Caracas, 1967), líder de la oposición democrática venezolana, obtuvo ayer el premio Nobel de la Paz. El comité Nobel noruego quiso de este modo reconocer su “incansable trabajo promoviendo los derechos democráticos para el pueblo de Venezuela” y su “lucha para lograr una transición justa y pacifica de la dictadura a la democracia”.
Venezuela vive bajo un régimen de orientación bolivariana y menguantes libertades desde el triunfo electoral, en 1999, del militar y político Hugo Chávez. A su muerte, en el 2013, lo relevó Nicolás Maduro, que se mantiene en el poder desde entonces, y que en las elecciones de julio del 2024 se proclamó vencedor sin aportar pruebas, mientras la oposición presentó actas de votación que reflejaban su triunfo.
Machado, que había logrado unificar a la oposición ante aquellos comicios, fue inhabilitada por el chavismo para concurrir a ellos, y sustituida de urgencia como candidata opositora por Edmundo González Urrutia, que en la actualidad vive exiliado en España. Por su parte, Machado pasó a la clandestinidad tras las elecciones, y permanece escondida en algún lugar de Venezuela, pasados ya quince meses desde la celebración de unos comicios que, según opinión muy extendida entre la comunidad internacional, fueron groseramente manipulados por el chavismo.
María Corina Machado, líder de la oposición, ve reconocida su labor en pro de la democracia
Aunque Alfred Nobel, fundador de los premios que llevan su nombre, dejó escrito que serían merecedores del de la Paz quienes mejor contribuyeran a fomentar la hermandad entre naciones, la abolición de los ejércitos y la promoción de los congresos de la paz, a nadie se le escapa que entre sus últimos ganadores abundan más los perfiles de quienes se han esforzado por la consecución de un mundo más democrático y respetuoso con los derechos humanos que quienes pueden ufanarse de haber puesto fin a guerras.
En las últimas convocatorias lo han obtenido defensores de la libertad de expresión, de las libertades civiles, de las mujeres sojuzgadas en Irán por el régimen teocrático o, en la edición del 2024, activistas antinucleares que han sabido mantener viva la oprobiosa memoria de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Machado, que desde inicios de siglo lucha en primera línea contra un chavismo enrocado en el poder, responsable último de la salida del país de cerca de ocho millones de venezolanos, se inscribe de lleno en esta tradición reciente.
El jurado del Nobel de la Paz otorgado ayer ha considerado un total de 338 candidaturas, incluidas las de asociaciones que combaten la crisis humanitaria derivada de la guerra en Sudán, Médicos sin Fronteras o Yulia Naválnayia (viuda del opositor ruso Alexéi Navalni y ganadora el año pasado del premio Vanguardia Internacional). Entre esos tres centenares largos de candidaturas ha gozado de particular difusión la de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, quien no se ha cansado de vocear que merece el galardón más que nadie, puesto que, a su entender, él es quien más ha hecho por poner fin a guerras.
El comité Nobel noruego abunda en la línea de premiar a defensores de los derechos humanos
Algo opinable, por supuesto. Porque si bien es cierto que el Nobel de la Paz se falló antes de que se alcanzara anteayer un primer acuerdo para la paz en Gaza, no lo es menos que en el historial de Trump, tan propenso a la amenaza, la ofensa y la coacción, se han sucedido demasiadas acciones que no son en absoluto un ejemplo de empatía o de solidaridad entre seres humanos. Empezando por su persecución de los inmigrantes y siguiendo por su propósito de quedarse con Groenlandia, sin olvidar el despliegue del ejército en distintas ciudades de EE.UU. o las operaciones militares extrajudiciales en el Caribe, como el hundimiento de diversas embarcaciones, al parecer pilotadas por narcotraficantes de nacionalidad, precisamente, venezolana.
Es pues bien comprensible que el comité Nobel noruego no haya considerado de momento oportuno premiar a Trump. Como lo es también que haya reconocido la labor de Machado, primera persona de nacionalidad venezolana merecedora de este galardón, alguien que tiempo atrás decidió entregar la vida a la recuperación de la democracia en su país, asumiendo incontables sacrificios y riesgos. Esta puede ser una tarea de largo recorrido y demorada recompensa. Pero también un afán que requiere excepcional coraje, que lleva en sí la semilla de un futuro en libertad, que ha merecido el reconocimiento del comité Nobel noruego, y merece también, por supuesto, nuestra aprobación y nuestro aliento.