El discreto encanto de la paz

Opinión

El mismo día en que la flota de Cervera se hundía en Santiago de Cuba ante la escuadra de Sampson, buena parte de los políticos españoles asistían a una corrida de toros en Madrid, ajenos a lo que sucedía. Mientras en España la clase política explora las ramificaciones de una posible trama de corrupción, se firma en El Cairo un acuerdo entre los negociadores del presidente de Israel, Isaac Herzog, y los del líder de Hamas, Khalil Al-Hayya. En ambos casos en torno a las cinco de la tarde, curiosamente. García Lorca lo escribió mucho mejor que yo en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías: “Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde”.

La firma de la propuesta de acuerdo de paz en el Próximo Oriente formulada por Estados Unidos, con la mediación de Qatar, deja un espacio para la esperanza en la resolución del conflicto y la estabilidad de la región. Los buenos acuerdos son los que no gustan a ninguna de las dos partes, porque significa que ambas han tenido que ceder. “En caso de conflicto, la victoria es la paz”, dijo el artífice de los Acuerdos del Viernes Santo firmados en Belfast en 1998, entre el Reino Unido y la República de Irlanda. Allí también se aceptó al Ira como interlocutor, a través del Sinn Féin, como ahora se ha hecho con Hamas. Si se leen con atención los doce puntos se evidencia que, sin la voluntad de buscar la paz, nunca hubieran sido las concesiones naturales de cada uno de los firmantes.

El acuerdo es básicamente un acuerdo para poner fin al conflicto bélico, sin resolver la cuestión de fondo. A cambio de la entrega de rehenes se suspenden las acciones militares. No se habla de resarcimiento ni de desarme. Una paz sin justicia, pero paz. Puede parecer poco, pero es mucho. Es esencial que, en cualquier lugar del mundo, no haya víctimas civiles que sufran las consecuencias de acciones violentas, sean bélicas o terroristas, estén amparadas o no por el derecho internacional. La paz no es un término jurídico sino moral. No es la ausencia de guerra sino de violencia. Y esa es la base para construir el bienestar. Sólo tras el acuerdo de Westfalia (1648), que puso fin al mayor conflicto vivido en Europa entre los siglos V y XX, el continente vivió la época de mayor prosperidad de su historia.

Sin embargo, al igual que Westfalia estableció las bases de un orden internacional basado en estados soberanos, El Cairo abre ahora la posibilidad a desarrollos jurídicos que estabilicen por fin la región. Es imprescindible la creación de un estado palestino libre, en el que cualquier facción exprese sus ideas en el marco parlamentario, no es las calles. Desde la propuesta de Naciones Unidas de 1947, ha habido hasta cinco ocasiones para crearlo. Confiemos que ahora se den las circunstancias para hacerlo. Eso sí, un estado no confesional, con un concepto inculturado de democracia, que asuma los derechos fundamentales de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Un estado homologable en el orden internacional. Esa es la base, porque lo que engrandece a una comunidad territorial es la existencia de un espacio de diálogo en paz, como esbozó Pau Casals en discurso de 1971 en Naciones Unidas.

Hay tres detalles muy significativos. Primero, la mediación no la ha liderado Naciones Unidas sino Estados Unidos. Segundo, el intercambio no la va a hacer ninguna agencia de la ONU sino el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Y, en tercer lugar, la supervisión la realizará un grupo de trabajo integrado por representantes, no sólo de Estados Unidos, sino también de Qatar, Egipto, Turquía “y otros países”. Con ello se evidencia una vez más que, sin las reformas oportunas, Naciones Unidas puede convertirse en un espacio tan irrelevante como la Sociedad de Naciones (1920-1946). Otro tanto puede decirse de dos organismos regionales como la Unión Europea, sin duda ocupada y preocupada por Ucrania, o la Liga Árabe. Hay que estar atentos al liderazgo que Turquía, la gran perdedora del Acuerdo de Lausana (1923), que puso fin al Imperio Otomano, está recuperando en la región.

Finalmente, al igual que hay víctimas colaterales, también hay vencedores colaterales. Trump sale reforzado de este proceso, que ve compensadas así sus dificultades para lograr la paz en el de Ucrania. Eso refuerza sin duda su candidatura al Premio Nóbel, que es uno de los principales motivos que le ha animado a intervenir, junto con su liderazgo internacional, el peso de las comunidades judías en su país y sus tratos económicos con la península arábiga. No para este año, desde luego, en que ya ha sido concedido. Aun así, como decía el depuesto rey Umberto de Italia (1948), “una condecoración es como un cigarro: no se le niega a nadie”. Lo importante es que ha llegado la paz. Paz imperfecta, paz injusta, pero paz. Recuperando la metáfora de García Lorca, la sábana blanca, como la bandera de la paz, la traen los niños, que dejarán de morir por cinturones de explosivos o bombardeos de misiles. No arruinemos los adultos la ingenuidad infantil. La paz no es perfecta, pero es paz al fin y al cabo. Ese es su discreto encanto.

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