Epidemia del cansancio

Después de la covid, los casos de ansiedad y depresión aumentaron más de un 25% y, según la OMS, seguimos en alza por una presión ilimitada de la necesidad de ser productivos. Vivimos agotados por la idea desvirtuada de “si no produces, no existes”. De ese modo confundimos la productividad con el propósito o la velocidad con el disfrute. Este modo de vivir ha creado una reacción validada: el cansancio se ha vuelto un acto de rebeldía o una necesidad, según como se mire. En trenes, aeropuertos, cafeterías… practicamos el bostezo sin remilgo, sin mirarnos.

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Àlex Garcia / Archivo

Quienes no están así se encuentran bajo el influjo de la sobreestimulación, la necesidad de rendimiento constante, la hiperconexión, la falta de pausa porque la inercia imposibilita los noes.

La imposibilidad de frenar nos drena la energía despacio; nos roba los silencios, la lentitud

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han habla profundamente de ello en su ensayo La sociedad del cansancio: “El imperativo del ‘sí puedo’ genera una violencia interior que termina en agotamiento y en depresión”. Actualmente mil millones de personas conviven, según datos recientes de la OMS, con trastornos de salud mental.

La hiperactividad como sinónimo de éxito y evolución social tiene el efecto de una pastilla efervescente: cuando terminan las burbujas se evapora todo y da paso al cansancio extremo. Fatiga, insomnio, falta de deseo, desconexión… son síntomas de la necesidad de descanso, de la pausa, de detenerse antes de que el cuerpo o la mente nos detenga. La imposibilidad de frenar nos drena la energía despacio. Nos roba los silencios, la lentitud, la capacidad de observar por deleite y no por objetivo.

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La sociedad ha convertido el movimiento en obligación y la pausa en culpa. El resultado es una sociedad agotada pero hiperactiva. No hay solo una presión social sino también interna –mucho más peligrosa– de estar siempre disponible, más visible, positivo, más feliz. Como una bombilla sobreestimulada, cuanta más luz intentamos emitir, más cerca estamos de fundirnos. Porque, ya lo dice la física, incluso la luz necesita de oscuridad para brillar. El agotamiento ya no es ajeno sino que es nuestro paisaje común. Debemos comenzar nuestra cura: dejar que la luz baje, que el silencio vuelva, que nuestros cuerpos respiren para poder recordar quiénes éramos antes de correr tanto.

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