En Gaza llegó la paz. Quizá es más exacto decir que llegó una paz. Llegó en teoría la paz entre dos combatientes. Por un lado, el ejército de Israel. Por otro lado, Hamas. Ninguno de los dos es de fiar. Pero, empujados por Trump, han llegado a un acuerdo.
Llegó la paz, y ahora hay que cuidarla y mantenerla. Es la hora de la longanimidad, o sea, de la grandeza de ánimo, benignidad, clemencia, generosidad.
Es un trabajo durísimo, de años, de generaciones. Pero hay que empezarlo ya. Los combatientes -ahora les llamo los excombatientes- deben hacer un plan de lucha contra el odio, que es el causante de todo. No estoy hablando de una ley, que no servirá de nada. Estoy hablando de lucha cotidiana.
En ese plan de lucha hay que incluir algo fundamental, que es la lectura del Nuevo Testamento por parte de los israelíes, que viven todavía en el Antiguo. Allí se encontrarán con Mateo, el antiguo cobrador de impuestos, que recoge una enseñanza de Jesucristo: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No repliquéis al malvado; por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa. A quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos. A quien te pida, dale; y no rehúyas al que quiera de ti algo prestado”.
La ley del talión, la del “ojo por ojo”, era un adelanto importante, porque antes era “ojo por todos los ojos y los de tus familiares y los de tus amigos y tu casa y la de tus padres y… y… y…”.
Netanyahu vive antes de la ley del talión. Y Hamas lo sabía. La agresión fue absurda. Muertos, destrucción. Y niños sufriendo y aprendiendo la asignatura del odio con los mejores maestros que se puedan encontrar.
Niños odiando, garantía de que ese lío no se terminará nunca.
Los excombatientes deben hacer un plan de lucha contra el odio, que es el causante de todo
Yo era niño en la guerra civil española. Gracias a Dios, y a mis padres, no aprendí a odiar a los del otro bando.
Me molesta que por el afán de conseguir votos se revuelva en lo que pasó hace 80 años.
En España, las sesiones del Congreso son una verdadera olla de grillos. Las intervenciones de las llamadas señorías están llenas de odio y mala baba. Me preocupa mucho más esto último que el contenido de las intervenciones, que normalmente, es de muy baja calidad, aunque los que intervienen aplaudan y sean aplaudidos con entusiasmo.
La presidenta del Congreso debería advertir a las señorías que sus intervenciones pueden ser escuchadas por niños. Y que, en consecuencia, están prohibidas las palabras malsonantes y todo aquello que pueda llevar al odio. Y que tengan cuidado, porque habrá tarjetas amarillas y rojas siempre que haga falta.
Ya he dicho que esto -lo de aquí y lo de Gaza- no se arregla con una ley. Lo de Gaza es horroroso y para arreglarse es necesario que esos niños que han jugado con fusiles se pongan a jugar con los juguetes normales con los que juega cada niño que haya tenido una infancia normal. Estos chavales han vivido una vida terrible, que se arreglará con el tiempo. Con mucho tiempo. Con muchísimo tiempo.
Como estamos en el Nuevo Testamento, los creyentes podemos decir que esto se arregla con el tiempo, rezando. Los no creyentes pueden decir que esto se arregla con respeto y, por supuesto, no tomando medidas que, por arañar unos votos, creen odio donde no lo hubo.
