Los hablantes de una lengua pequeña como la catalana, discutida, judicializada, fragmentada artificiosamente en Valencia, de presente precario y futuro incierto, a veces tenemos la oportunidad de olvidar un ratito nuestras tristes preocupaciones mientras observamos las peleas de opulencia que se producen entre los dirigentes de lenguas imponentes como la castellana, que, según las últimas cifras del Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado estos días en Arequipa (Perú), ha alcanzado ya los 600 millones de hablantes. Los dirigentes de esta lengua global, que penetra con naturalidad en el corazón del imperio anglosajón del brazo de la música latina, resulta que, en vez de celebrar su exuberancia, tienden a la discordia, como demuestra la ácida polémica que ha iniciado el poeta García Montero, actual director del Instituto Cervantes y flamante premio Blanquerna, contra el director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado.
El poeta director del Cervantes acusa a Muñoz Machado de ser catedrático de Derecho y “experto en llevar negocios desde su despacho para empresas multimillonarias”. García Montero añora, dice, los grandes directores de la RAE, filólogos como él, y cita, entre otros, a Fernando Lázaro Carreter (a quien –y eso lo digo yo– todos los profesores de literatura de mi generación recordamos con agradecimiento). Pero lo que García Montero no ha dicho, y en este punto ha sido francamente innoble, es que Muñoz Machado, además de jurista, es también doctor honoris causa en Filología por la Universidad de Salamanca y autor de una titánica biografía de Cervantes (Ed. Crítica, 2022). Colocados el uno frente al otro, hablando de Cervantes, me parece que el filólogo director del Instituto Cervantes no resistiría el vendaval de conocimientos que atesora el jurista director de la RAE. Despreciar a un erudito por razones de título es un argumento de otras épocas, un argumento enclenque.
Así se hace camino: envenenando cada día un poquito más nuestra vida colectiva
(Precisamente, días atrás empecé a leer esta monumental biografía de 1.200 páginas sobre Cervantes. Puesto que, a raíz de una película, ahora se dice que el manco de Lepanto era gay, quise saber a qué respondía tal suposición, que resulta ser inventada: el Cervantes desvelado en este estudio de Muñoz Machado es un defensor del amor elegido –que no impuesto– y, a la vez, del matrimonio legal inspirado por el concilio de Trento. Realmente, para evaluar la visión del amor en la obra de Cervantes son muy pertinentes los conocimientos jurídicos de Muñoz Machado).
¿Qué contenido político contenía la acusación del director del Cervantes al de la RAE? “Nosotros, por la definición del instituto, nos sentimos vinculados con la diversidad de las lenguas del Estado y no comprendemos la cerrazón de lo que es reconocer una riqueza”. Hubiera sido muy interesante que García Montero argumentara tal acusación, pero no lo hizo; con lo que ha reducido la polémica a una pelea de egos, como tantas hay en la política actual. Me hubiera interesado conocer las diferencias que, sobre la pluralidad de lenguas en España, manifiestan las dos instituciones culturales más poderosas. Siempre he pensado que los académicos de la RAE podrían haber favorecido la comprensión de la diversidad lingüística española, que no solo es constitucional, sino compatible con la creciente fortaleza global del castellano. Pero, en contra de toda lógica, hablantes y autoridades de la lengua castellana, que se expande por todo el mundo, en vez de sentirse seguros y felices del éxito universal de su lengua, se revuelven contra las lenguas pequeñas del solar ibérico, que tan precariamente sobreviven al huracán de la globalización. He ahí un ejemplo de algo muy fácil de hacer desde la academia: condenar filológicamente la artificiosa fragmentación del catalán, envenenada desde la política. Nunca lo harán.
Mientras con esfuerzo colosal se procura mantener unidos a los 600 millones de hablantes, separados por el océano, se tolera o se fomenta que los vecinos territorios históricos de la lengua catalana queden segregados.
Así se hace camino, amigas y amigos lectores: envenenando cada día un poquito más nuestra vida colectiva. Lo sintetizó Shakespeare, el gigante gemelo de Cervantes: la vida es un cuento narrado por un idiota lleno de ruido y furia.