La defensa ha dejado de ser un asunto marginal para convertirse en una prioridad de primer orden en Europa y en España. La invasión rusa de Ucrania, el retorno de la competencia geopolítica entre grandes potencias y la incertidumbre sobre el compromiso estadounidense con la seguridad europea han reavivado el debate sobre si Europa es capaz de defenderse por sí sola o si podría mantener a Ucrania a flote ante un hipotético abandono estadounidense.
En este contexto, la OTAN ha acordado en su última cumbre de La Haya aumentar el gasto en defensa hasta el 3,5 % del PIB en un plazo de diez años. La UE, por su parte, ha lanzado nuevas iniciativas para revitalizar su base industrial y tecnológica en defensa. Si bien España se ha desmarcado de los objetivos de gasto de La Haya, nuestro país no es ajeno al proceso de revitalización de la defensa en Europa, tal y como demuestran sus recientes esfuerzos por aumentar la inversión en defensa (ya por encima del 2% en el 2025) y su compromiso con la seguridad euroatlántica mediante operaciones concretas: despliegue de cazas y buques en el flanco Este, baterías antimisiles o apoyo sostenido a Ucrania.
Foto de familia de la cumbre de la OTAN, el pasado junio
Sin embargo, el ritmo y la orientación de esta transformación plantean preguntas fundamentales: ¿cuáles deben ser las prioridades estratégicas de España en este nuevo contexto? ¿En qué capacidades conviene invertir? ¿Cómo integrar de forma coherente las agendas nacional, europea y atlántica?
Justificar el gasto militar en términos de innovación, empleo o competitividad puede resultar útil a corto plazo, pero es una vía peligrosa. Si el objetivo es económico, ¿por qué no destinar esos fondos a sectores más rentables? La defensa es ante todo un instrumento de soberanía, no una política industrial encubierta.
Tomar conciencia de ello requiere invertir en “cultura estratégica” y en el desarrollo de una infraestructura intelectual que eleve el conocimiento en materia de defensa y asuntos estratégicos en España. España carece de una masa crítica de expertos civiles, de think tanks especializados o de centros de excelencia comparables a los de Francia, Polonia o el Reino Unido. Sin una cultura estratégica sólida, será difícil canalizar eficazmente el aumento del gasto. La defensa no es solo cuestión de presupuestos: también lo es de ideas, preparación y visión.
El reto para España es encontrar un equilibrio entre la solidaridad y la atención a sus prioridades nacionales
El verdadero reto para España es encontrar un equilibrio: entre la solidaridad con sus aliados y la atención a sus prioridades nacionales. Esto implica priorizar capacidades fungibles, es decir, útiles tanto para la disuasión colectiva en Europa como para la defensa del territorio y los intereses específicos españoles.
¿Cuáles son esas prioridades? Podemos identificar tres grandes ejes, a modo de círculos concéntricos y por orden de prioridad:
1. Mantener una ventaja militar y tecnológica frente a cualquier actor del norte de África, sobre todo en los ámbitos aéreo y de misiles. Esto exige invertir en superioridad aérea furtiva, misiles ofensivos y defensivos, sistemas avanzados de inteligencia, vigilancia y reconocimiento, guerra electrónica y ciberdefensa y superioridad en el ámbito submarino.
2. Proyección estratégica en el eje marítimo que va del Caribe al Índico occidental, incluyendo el “patio trasero” de dicho eje en el Sahel. La proyección estratégica en esta zona exige excelencia en capacidades aeronovales, anfibias y submarinas y, en el caso del Sahel, de operaciones especiales.
3. Capacidad de presencia estratégica residual más allá de nuestro entorno inmediato, con énfasis en el Indo-Pacífico, donde se juega buena parte del futuro del orden global. Aquí, más que presencia militar permanente, España necesita alianzas, vínculos industriales y acceso a clústeres de innovación junto a socios como EE.UU., Japón o Australia.
La relación con EE.UU. ofrece una oportunidad para convertirnos en un socio preferente en sistemas de misiles en Europa
Sobre esta base, España debe diseñar una contribución inteligente a la defensa de Europa. No se trataría solo de enviar recursos a Europa del Este o Ucrania para mostrar solidaridad, sino de operar en entornos exigentes que permitan adquirir experiencia y conocimientos aplicables a nuestras propias amenazas. Los despliegues navales en el mar Negro o el Báltico, o el uso de submarinos en el Atlántico, tendrían por tanto un doble beneficio: reforzar la seguridad colectiva y mejorar capacidades nacionales en áreas críticas.
Una de las áreas donde España podría tener un papel protagonista es en el ámbito de los misiles ofensivos y defensivos. Este campo es vital para la disuasión en Europa, pero también esencial para mantener la superioridad frente a potenciales amenazas en el norte de África. La relación con EE.UU. -con cinco destructores en Rota y baterías Patriot ya desplegadas-ofrece una oportunidad para que España se convierta en un socio preferente en producción, despliegue e innovación de sistemas de misiles en Europa. Un acuerdo integral en esta materia con Washington podría replicar el modelo de colaboración ya existente con países como Italia o Reino Unido en el F-35.
España debería participar activamente en Ucrania, por convicción y para estar en la vanguardia del aprendizaje operativo y tecnológico
Otra gran oportunidad es Ucrania. Más allá de la solidaridad, se trata de un laboratorio de innovación militar. Drones, defensa aérea de bajo coste, guerra electrónica o municiones guiadas: todo lo que está marcando el presente y futuro de la guerra moderna. España debería participar activamente en su asistencia, no solo por convicción, sino para estar en la vanguardia del aprendizaje operativo y tecnológico. Además, la perspectiva de que Europa vaya a destinar importantes recursos públicos para apoyar la financiación de compra militar por parte de Ucrania ofrece también oportunidades para España y sus empresas. La presencia en ese mercado reportará no sólo beneficios económicos, sino que también traerá réditos en materia de innovación, dado su dinamismo.
En definitiva, España cuenta con ventajas geográficas, industriales y operativas únicas, pero solo con claridad estratégica y planificación podrá articular una aportación sólida y bien orientada a la arquitectura de la defensa europea que le permita invertir con inteligencia sin perder el norte.
Luis Simón, investigador principal del Real Instituto Elcano y director de la Oficina de Bruselas