Cuando la palabra es moda

Una cena con tertulia, a la que llegué invitado por Toni Segarra, fecundó este artículo. Allí, John Carlin, maravilloso storyteller –aprovecho para hacer una introductoria parodia de mí mismo–, con su característica vehemencia, descargó su ira contra las palabras que se ponen de moda. El epicentro fue el término disruptivo, usado últimamente hasta la saciedad, aunque el mundo actual sea terreno fértil para su uso, pues vivimos la perfecta simbiosis de brusquedad de cambios y rapidez evolutiva.

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Ecosistema es otra expresión de utilización excesiva. Todo son ecosistemas. Es bien cierto que, en el mundo contemporáneo, las dicciones no solo describen, sino que venden y posicionan. En demasiadas ocasiones se convierten en cosméticos lingüísticos para embellecer discursos o presentaciones, tratando de dotar de modernidad a quien las usa. Los vocablos definen realidades, pero son mucho más que eso.

Además, vivimos absolutamente cooptados por la continua agresión idiomática del inglés, que domina el ámbito del business, desde donde nacen y se desarrollan los insights, el engagement o el mindset, que se comportan hoy como retórica lingüística que parece aportar un valor adicional al discurso. Yo mismo, después de más de veinte años en una multinacional americana ejerzo un sobreuso y Josep Santacreu, presidente de la Cambra, me lo penaliza constantemente. Hoy se confunde con una fábrica de prestigio esnob que explota la fascinación por lo global, ocultando el dominio de la propia gramática. No es solo jerga: es postal de futurólogo visionario de Silicon Valley.

El problema surge cuando el anglicismo se convierte en ritual para autoengañarnos con un falso glamur

Las startups han enseñado a la nueva economía a hablar en inglés, pero el problema surge cuando el anglicismo deja de ser herramienta y se convierte en ritual para autoengañarnos con un falso glamur. Ese gesto lingüístico genera pertenencia con adopción acrítica. Esos términos importados empobrecen la precisión conceptual. En lugar de definir lo medido con engagement, se repite el término indiscriminadamente. Si el concepto es necesario, aclaremos su alcance. Si no, busquemos su equivalente preciso en castellano.

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En un mercado que valora la narrativa, la precisión discursiva es ventaja estratégica. Porque hablar bien no es usar lo que suena moderno, es definirlo con minuciosidad. Para ser determinante, el relato importa y la inteligibilidad se convierte en ventaja competitiva usando un vocabulario rico y diverso. Quienes entiendan que la palabra es instrumento y no adorno sabrán argumentar alejados de la moda, porque cuando lo es, pierde poder y se convierte en envoltorio.

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