La Vanguardia despide, con hondo pesar pero también con inmensa gratitud, al periodista Lluís Permanyer, fallecido ayer a causa de un infarto a los 86 años. Durante largos decenios, desde su incorporación a este diario en 1966, y hasta ayer mismo, cuando publicó su último artículo, Permanyer ha encarnado con singular acierto, continuidad y elegancia el espíritu de este diario que acude puntual a la cita con los lectores desde su fundación en 1881.
Los diarios son el fruto de un trabajo en equipo, de un coro de profesionales que despliegan sus habilidades periodísticas, asistidos por los conocimientos que han acumulado año tras año, con el propósito de armar cotidianamente una edición en la que se refleje con la mayor precisión posible la jornada. En dicho coro destacan algunas voces, que el lector reconoce pronto y pueden convertirse, si las aprecia, en fieles compañeras de su andadura vital.
Entre esas voces ha destacado la de Permanyer, cuyos escritos interesaban a una legión de ciudadanos. En cierta medida, porque se especializó en su querida Barcelona, urbe estrechamente ligada a este rotativo y a sus lectores, en la que practicó un periodismo basado en un conocimiento profundo de su historia y en una inquisitiva atención a su presente. En la confluencia de ambos vectores está la base de la extraordinaria carrera de Permanyer.
Lluís Permanyer, cronista de Barcelona, falleció ayer a la edad de 86 años
Tan íntima relación con Barcelona fue plasmada por Permanyer sobre distintos soportes. Ejerció en nuestras páginas un periodismo crítico, siempre contundente con lo que él percibía como errores u omisiones de la administración municipal, que por cierto atendía regularmente sus quejas y corregía el tiro. Desplegó también su amor por la ciudad en el ámbito audiovisual, revelándose como un talentoso divulgador televisivo, que supo hallar la manera de transmitir sus saberes con precisión y amenidad. Ejerció asimismo como cicerone de lujo para visitantes ilustres de la ciudad. Y, por supuesto, abundó también en la divulgación barcelonesa al firmar una bibliografía propia que alcanza los ochenta títulos, así como centenares de conferencias, en las que desgranó un sinfín de historias ciudadanas.
Todo eso lo llevó a cabo con una invariable independencia de criterio, haciendo oídos sordos a los requerimientos institucionales, rechazando sin titubear cargos, reconocimientos y otras ofertas públicas. Y sin embargo, paradójicamente, al cabo de su fructífera carrera Permanyer se había convertido, él mismo, en una admirada institución ciudadana.
Los intereses de Permanyer, lector de curiosidad insaciable desde niño, eran numerosos. Y si bien empezó a trabajar en la sección de Internacional de La Vanguardia , donde permaneció dos decenios, fijó posteriormente su mirada en Barcelona, ciudad sobre la que ha ido atesorando una biblioteca en la que actualmente figuran miles de volúmenes. Dicho esto, el apunte de su figura no estaría completo si no aludiéramos a su pasión por el arte, que le convirtió en un informador único sobre la evolución y la producción de los principales artistas con los que coincidió: Joan Miró, Antoni Tàpies, Joan Brossa o Antoni Clavé; también, con otra intensidad, Pablo Picasso o Salvador Dalí.
Sus seis decenios de labor en ‘La Vanguardia’ le convirtieron en una figura ciudadana
Si con la muerte de Permanyer los lectores pierden a un informador de largo y amplio currículo, sus compañeros perdemos además a un colega al que considerábamos, sin excepción, pese a la variedad de caracteres que conviven en esta casa, como una referencia. Alto, delgado, tocado con su melena leonina y su bigote de mayor inglés, siempre impecablemente vestido, Permanyer era una persona de modales exquisitos, un “periodista noucentista”, en palabras del editor de este diario. Y era también alguien constantemente dispuesto a ayudar y echar una mano a los periodistas más jóvenes, consciente de su amplio bagaje pero en absoluto engreído, sino dotado de un fino sentido del humor. Este afecto tan extendido que se granjeó Permanyer pudo verificarse, una vez más, durante el multitudinario y afectuoso homenaje que recibió de sus compañeros, meses atrás, en un centenario bar del Eixample de Barcelona: se contaron muy pocas ausencias y, por el contrario, numerosísimas presencias, tanto de periodistas de La Vanguardia en activo como de los que, por razones de edad, dejaron ya la redacción tiempo atrás.
Permanyer acaba de dejarnos, pero su recuerdo le sobrevivirá indisolublemente ligado a la marcha de La Vanguardia .