El giro de Trump desde Asia

El giro de Trump desde Asia
Richard Haass
Presidente emérito del Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores).

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha pasado gran parte de la última semana de octubre en Asia. Ha conseguido que cesara en varios frentes una guerra comercial en gran medida de su propia cosecha, tras imponer aranceles a amigos y enemigos por igual. Lo que no ha hecho, sin embargo, ha sido crear estructuras duraderas en la esfera económica ni poner fin a las crecientes dudas sobre el compromiso estratégico de Estados Unidos con la región.

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La primera ministra de Japón, Sanae Takaichi (derecha), y el presidente de EE.UU., Donald Trump, durante la cumbre entre ambos países en Tokio 

FRANCK ROBICHON / AFP

Sin duda, ha habido algunos logros valiosos. Las reuniones de Trump en Japón -posiblemente el aliado más importante de EE.UU. en la actualidad por su peso económico y militar y su papel fundamental para equilibrar una China más fuerte y asertiva- han ido tan bien o mejor de lo que cualquiera podría haber esperado. Uno de los rasgos distintivos de la política exterior de la administración Trump es la dureza con amigos y aliados, pero Trump y la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, tuvieron un comienzo excelente. 

Ayudó que Takaichi estuviera estrechamente relacionada con el ex primer ministro Shinzō Abe el líder extranjero que construyó la relación más estrecha con Trump durante su primer mandato como presidente. También ayudó que Japón esté gastando más en defensa y se ofrezca a aumentar sustancialmente sus inversiones en Estados Unidos.

La visita de Trump a Asia no ha eliminado las crecientes dudas sobre el compromiso estratégico de Estados Unidos con la región

Estados Unidos y Corea del Sur también han logrado reforzar su relación económica. Está claro que los aliados de Estados Unidos en Asia, al igual que en Europa, han mejorado en la gestión del a menudo difícil baile diplomático con Trump. Los halagos, los regalos y la fanfarria, junto con el aumento del gasto en defensa y la inversión en EE.UU., pueden convertir una visita en un éxito.

El tono positivo de estas reuniones constituyó un sólido telón de fondo para la sesión bilateral entre Trump y el presidente chino, Xi Jinping. La reunión produjo algo así como una tregua en la guerra comercial entre Estados Unidos y China, pero no resolvió las fricciones económicas subyacentes ni abordó las crecientes tensiones geopolíticas entre las dos mayores economías del mundo.

China reanudará algunas modestas compras de soja estadounidense, ha prometido frenar las exportaciones de productos químicos utilizados para fabricar fentanilo y aplazará un año las restricciones a las exportaciones de minerales de tierras raras.

Estados Unidos, por su parte, reducirá los aranceles generales sobre los productos chinos del 57% al 47%. Parece que está a punto de cerrarse un acuerdo sobre la aplicación y red social TikTok. Los nuevos controles a la exportación que limitan la tecnología avanzada estadounidense que puede ir a China parecen haber quedado en suspenso.

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President Donald Trump addresses the 80th session of the United Nations General Assembly, Tuesday, Sept. 23, 2025, at U.N. headquarters. (AP Photo/Angelina Katsanis)

Pero una tregua no es una paz permanente. Los problemas comerciales podrían resurgir y probablemente lo harán, como ha ocurrido recientemente entre EE.UU. y Canadá, cuando Trump se enfadó por un anuncio televisivo del Gobierno de Ontario que citaba las críticas de Ronald Reagan a los aranceles. Además, puesto que muchas empresas estadounidenses dependen del suministro de minerales y componentes chinos, China conserva una importante influencia sobre Estados Unidos que podría hacer valer en medio de cualquier crisis.

Y lo que quizá sea más importante, lo que no surgió de la reunión Trump-Xi es ningún fundamento global para esta era de relaciones entre EE.UU. y China, que rija no solo en  el comercio y la inversión, sino también en cuanto a las diferencias geopolíticas. No sorprende, por tanto, que estas conversaciones terminaran sin un entendimiento común sobre Taiwán, mientras que las compras de energía rusa por parte de China y el apoyo al ejército ruso continuarán.  Aunque es seguro que estos temas saldrán a relucir e incluso centrarán la anunciada visita de Trump a China el próximo mes de abril, el progreso está lejos de estar garantizado.

En la región se palpaba una sensación de alivio por el hecho de que la relación económica entre Estados Unidos y China quedara algo más estable, ya que nadie quiere verse obligado a elegir entre las dos grandes potencias. Para muchos, China es su mayor socio comercial y una fuerza militar que tener en cuenta. Al mismo tiempo, muchos países del Indopacífico dependen de Estados Unidos para su seguridad y bienestar económico.

Pero no todo ha ido bien en la región durante la estancia de Trump. Las relaciones de EE.UU. con Vietnam, al igual que las de India, han dado un giro a peor. China será el principal beneficiario de este distanciamiento entre EE.UU. y países que podrían complicar la planificación de la defensa china. En términos más generales, EE.UU. ha dañado su posición con muchos países de la región al negarse a unirse al Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, el pacto comercial insignia de la región, y por el uso liberal de los aranceles por parte de Trump.

TOPSHOT - US President Donald Trump (L) talks to China's President Xi Jinping as they shake hands after their talks at the Gimhae Air Base, located next to the Gimhae International Airport in Busan on October 30, 2025. US President Donald Trump and China's leader Xi Jinping opened on October 30 their first face-to-face meeting in six years, seeking a truce to end a trade war that has roiled the world economy. (Photo by ANDREW CABALLERO-REYNOLDS / AFP)

Donald Trump se entrevistó con Xi Jinping el pasado 30 de octubre 

ANDREW CABALLERO-REYNOLDS / AFP

Muchos también se sienten incómodos con la evolución de la situación en Estados Unidos. El cierre del Gobierno federal refleja un país tan dividido que no puede funcionar eficazmente, una opinión ya generalizada por la incapacidad del Gobierno para hacer frente a la abultada deuda del país. Asimismo, las severas restricciones a la inmigración, las reducciones en la financiación federal de la investigación y los ataques a las universidades plantean dudas sobre la competitividad y fiabilidad a largo plazo de Estados Unidos.

Lo más inquietante de todo son las tendencias de la política exterior estadounidense. La incoherencia estadounidense a la hora de respaldar a Ucrania y su indulgencia hacia Rusia han hecho temer que Estados Unidos opte por un enfoque similar para tratar con Taiwán (y el mar de China Meridional) y China.

Los amigos y aliados de Estados Unidos en Asia tampoco pueden entender la acción militar estadounidense frente a las costas de Venezuela en un esfuerzo que parece diseñado para derrocar el régimen de Nicolás Maduro, el despliegue de la Guardia Nacional en ciudades estadounidenses por parte de la administración Trump y las presiones sobre el Gobierno de Panamá para que ceda el control del canal de Panamá. Las intenciones anunciadas de reducir el número de tropas estadounidenses en Europa se sumarán a la impresión de una política exterior estadounidense en transición.

Se podría llegar a la conclusión de que el giro hacia Asia iniciado por el presidente Barack Obama ha sido sustituido por un giro hacia el hemisferio occidental. Ni que decir tiene que este no es el giro con el que contaban y cuentan los amigos y aliados de Estados Unidos en Asia.

Richard Haass, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores, es consejero senior de Centerview Partners, Distinguished University Scholar en la Universidad de Nueva York y autor del boletín semanal de Substack Home & Away. Copyright: Project Syndicate, 2025.

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