A la papelera, en silencio

Nicolas Sarkozy, expresidente de Francia, ingresó la semana pasada en prisión, condenado a cinco años por financiación irregular de su campaña del 2007 con millones de la Libia de Gadafi. Esta semana se ha juzgado a diez personas en París por ciberacoso a la esposa del actual presidente francés, a la que presentaron como un hombre que se convirtió en mujer.

Una mente simple quizás concluya que la presidencia francesa es la casa de tócame Roque. Otra más analítica deslindará entre el caso Sarkozy, condenado por asociación de malhechores, y el caso Brigitte Macron, en el que se persigue por difamación a personas que consideran prioritario demostrar –sin éxito– que el presidente se acuesta con un hombre y lo oculta.

La mejor manera de combatir noticias falsas es dándoles nula difusión

La pareja formada por Emmanuel y Brigitte Macron siempre ha sido comidilla de chismosos, dada su diferencia de edad: él tiene ahora 47 años y ella, 72. ¿Debería eso importarle a alguien, aparte de a ellos? Pues no. Dicen que Cupido es ciego. Y aquí lo dejaría.

Imagen de archivo de la primera dama francesa, Brigitte Macron, junto a su madido y presidente de Francia, Emmanuel Macron.

 

Christophe Gateau/dpa / Europa Press

Otra cosa es que en el 2021 una de la de las personas ahora juzgadas colgara en YouTube el bulo de que Brigitte nació con atributos varoniles, y que a las 48 horas su vídeo hubiera sido visto medio millón de veces. O que diera pábulo a este delirio una influencerultra norteamericana, que también sugiere que Michele Obama, Kamala Harris, Britta Ernst –esposa del ex canciller Scholz– o Begoña Gómez son hombres. Es de suponer que para atacar con munición racista, sexista o transfóbica a estas personas y, de paso, a sus cónyuges.

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La injuria que vehiculan semejantes noticias falsas se propaga a altísima velocidad por las redes. Es aconsejable combatirla siempre judicialmente, a poder ser con la misma diligencia que cuando afecta a un presidente. Pero la mejor defensa contra ella depende de cada uno de nosotros. En lugar de echar unas risas cuando recibimos este tipo de mensajes, y de compartirlos, deberíamos echarlos a la papelera, en silencio. Porque a un presidente se le elige en las urnas y, si delinque, se le puede juzgar. Pero muchos difusores de bulos operan entre sombras, a menudo patrocinados por regímenes autoritarios. Y no conviene ayudarlos.

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