Parece que se ha puesto de moda escribir las memorias. En los últimos tiempos lo han hecho Mar Flores, Isabel Preysler y hasta el rey Juan Carlos; cada uno en su estilo. Sin ánimo de compararlos (las dos primeras podrían haberse ahorrado la faena), los tres libros sí tienen como denominador común el objetivo de contar su versión de una historia pública que no siempre ha beneficiado su imagen. Craso error, si lo escrito se contradice con la idea que tenemos del sujeto o sujeta, pensaremos que miente o edulcora la realidad, y si somos fans, nos tragaremos cualquier relato por inverosímil que parezca.
Podríamos decir que cuando un personaje relevante decide contar su vida lo hace porque considera que la opinión pública no le hace justicia; siempre buscando que lo que de ellos pase a la posteridad sean sus confesiones y no lo que otros han escrito o dicho. En la mayoría de los casos, tras ese loable propósito se esconde algo más pretencioso como otorgarse la potestad de legar sus experiencias y conocimientos a la humanidad (a veces sin que haya demanda) o, lo que sí parece una razón de peso: la venganza o ajuste de cuentas.
Los comunes, ni famosos ni importantes, y por supuesto prescindibles, a lo más que aspiramos es a reparar un mal momento y, si pudieras, reescribir algún episodio en el que no estuviste muy afortunado y sabes, además, que si erraste no fue culpa del mundo, sino de ese demonio, o perezoso, que llevamos dentro.
Como esas ocasiones en las que pasado el tiempo (que puede ser un minuto) se te ocurre una sentencia ingeniosa en una conversación incómoda cuando el interlocutor ya no está delante y, además, le importa un bledo lo que digas. Con los años, si cuentas la historia a un tercero te atribuirás la ocurrencia que en su momento no salió de tu boca y explicarás, además, cómo fuiste capaz de ganarle la partida a quien fuera, seguramente un imbécil que en realidad fue el que se quedó con la última palabra.
De lo que se desprende que unas memorias no pueden ser objetivas, puesto que no hay nadie más subjetivo para hablar de uno que uno mismo. Tanto si embelleces tus experiencias como si las oscureces, que esa también es otra moda: la de presentarse como un ser desdichado, un adicto, una víctima... soltando el rollo de la renovación y que tras una etapa oscura puede verse la luz.
A mí las memorias que más me gustan son las que escriben gente que no conozco de nada. Son las únicas que no defraudan.
