El tiempo y las supersticiones

Aún con la resaca del cambio de hora, este estúpido y arbitrario símbolo de quien tiene el poder de jugar con el tiempo, y con las manecillas de todos los relojes, y con los engendros digitales con vida superior y automática. Deben de sentirse como dioses mientras nos tratan como Harold Lloyd en su idilio con el reloj gigante. Él lucha contra el tiempo y con una manada de ojos que lo contemplan desde la historia. Y nosotros mansamente a seguir –¡qué remedio!– la senda que nos marquen.

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Eduardo Briones / EP

Una asepsia de quirófano nos planea. Incluso las emociones están intervenidas. Y las señales humanas no digitalizadas. Y los rituales. Y las supersticiones. Y las liturgias. En Terrassa las autoridades competentes prohíben la adopción de gatos negros –sí, negros– para prevenirlos de posibles desmanes del importado Halloween. ¡Vivir para ver! Lo ha recogido también la BBC.

En un cuento de Poe, El gato negro, un hombre enloquece ante la presencia de un felino. Cuando para ellos la muerte aún es solo un rumor, los jóvenes creen que las supersticiones son un asunto de gente mayor, de antiguos. Quizá, pero las manías más o menos ceremoniales también se heredan como la afición al Barça. No será por mucho tiempo porque la IA lo impedirá. Pero por si acaso vayamos con tiento: el sombrero, símbolo de la cabeza, no conviene dejarlo sobre la cama. Mirarse en un espejo roto trae mil años de mala suerte
–siempre me han parecido muchos–, pero… El amarillo, ya saben.

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Si hay que vender algo a buen precio, no lo olviden, una hoja de laurel en el zapato, con IVA. Abrir un paraguas en casa. Uno se cuelga un colmillo de león y ya parece que va mejor por la vida, más seguro. ¡La sal, no! Cuídense de pasar bajo una escalera y no retroceder de espaldas. Los italianos solventes se tocan discretamente un coglione si al salir de casa se topan con una monja. Tocamos madera. Cruzamos los dedos. Martes 13. Pavarotti buscaba clavos en los escenarios antes de cantar.

En el fondo las supersticiones existen para complacer instintos y no para servir inteligencias. Las religiones, igual que las supersticiones homologadas, mercadean con nuestros miedos. La Iglesia abomina de ellas porque debe de considerarlas competencia desleal. Y los intelectuales, porque creen que son propias de gente poco instruida. Pero pocas cosas consuelan tanto como apuntarse a un paso de Semana Santa. O ponerle una vela al santo. O a la Virgen del Rocío… ¡Eh, cuidado, que no me la toquen! No está bien creer en la suerte sin permiso de la autoridad competente. La digital, claro. Pero, por si acaso, voy a por mi pata de conejo, no vaya a ser que…

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