La guerra de Ucrania y la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos han hecho evidente la debilidad de Europa en materia de defensa. El Viejo Continente carece de una estrategia autónoma de seguridad, pues durante décadas la ha confiado al paraguas que suponía el poder militar de Estados Unidos vehiculado a través de la OTAN.
Pero la invasión rusa de Ucrania, las cada vez más frecuentes injerencias del Kremlin en países del este europeo mediante acciones de guerra híbrida y la presencia en la Casa Blanca de un líder republicano para quien la defensa de Ucrania es un asunto europeo del que trata de obtener suculentos beneficios económicos y que no tiene la seguridad europea entre sus prioridades, han obligado a la Unión Europea a abrir los ojos a una nueva realidad que la ha cogido sin los deberes hechos.
Bruselas ha visto que las reglas del juego han cambiado y que Europa debe implementar cuanto antes una estrategia propia de seguridad y defensa que, sin cortar los lazos con Washington, le garantice la suficiente capacidad de acción y de respuesta ante cualquier amenaza que pueda venir de Rusia. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, en el 2022, hemos visto ciberataques, drones, distorsiones en vuelos, cazas rusos violando el espacio aéreo de la OTAN e injerencia electoral en varios países europeos que con toda probabilidad tienen su origen en Moscú, empeñado en hostigar cada vez más a los países del flanco este de la OTAN para poner a prueba su capacidad de respuesta. Es una guerra híbrida que ha ido subiendo de tono.
La UE no tiene todavía una base tecnológica e industrial armamentista plenamente autosuficiente
Ante ella, la Unión Europea ha activado un plan para levantar un muro contra los drones rusos estableciendo una red de detectores para localizar más eficazmente estos aparatos y, en su caso, derribarlos. Este proyecto para evitar violaciones del espacio aéreo europeo tardará un año en estar listo. La Comisión Europea también quiere crear una especie de zona Schengen militar , habilitando espacios de libre movilidad para que los ejércitos europeos puedan desplazarse más fácilmente a una posible zona de combate frente a un ataque exterior.
Europa está reimaginando su arquitectura de seguridad y su capacidad de defensa, tan preocupada por Rusia como por EE.UU., al que sigue comprando masivamente armas. Y la gran pregunta es si las empresas armamentísticas europeas están en disposición de afrontar el reto de reducir esa dependencia. Construir una soberanía propia en materia militar no es fácil ni rápido ni barato. En especial cuando al otro lado del Atlántico parece haberse constituido un nuevo complejo tecnológico en Silicon Valley dispuesto a controlar con algoritmos –que ocupan el papel de los uniformados– qué decisiones tomar en materia militar.
Frente a este modelo, Europa está decidida a rearmarse después de 76 años de dependencia de Washington. Hasta ahora, la cooperación en I+D y el desarrollo y la compra de armas entre estados europeos han sido muy difíciles. Les resultaba más fácil adquirirlas individualmente, y el sistema estadounidense de venta al extranjero facilita y agiliza la compra de sus productos. Ahora se trata de convencer a los países comunitarios de que compren productos europeos, ya sea individualmente o en conjunto.
La paradoja de Europa es que invierte más que nunca en armas, pero de manera ineficiente
Los gobiernos europeos han aprobado incrementar el gasto militar –presionados por Trump– a niveles sin precedentes, pero los resultados de ese esfuerzo revelan un sistema fragmentado, dependiente y financieramente ineficiente, en un momento en que la defensa europea ya no puede entenderse como un asunto nacional, sino como una cuestión existencial. La paradoja es que se invierte más que nunca, pero la eficacia no acompaña. El aumento del gasto no garantiza una mejora de las capacidades militares. La industria europea, muy fragmentada, no logra responder al aumento de la demanda, y la dependencia de proveedores externos sigue creciendo. Entre enero y julio, las importaciones de armas desde fuera de la UE aumentaron un 77%, beneficiando sobre todo a EE.UU., Corea del Sur y Turquía.
La UE aún no posee una base industrial ni tecnológica plenamente autosuficiente. Europa, según los expertos, opera con seis veces más tipos de sistemas de armas que Estados Unidos, un ejemplo paradigmático de ineficiencia.
La guerra en Ucrania ha mostrado las limitaciones del sector militar europeo, pero Kyiv ha hecho de la necesidad virtud y, tras casi cuatro años de conflicto, ha desarrollado una industria armamentística potente, en especial en fabricar drones. Al punto de tener excedentes de algunos tipos de armas que quiere exportar a países europeos para obtener unas divisas que necesita para, a su vez, comprar armamento más sofisticado y caro a EE.UU.