Desmemoriados, más manejables

Antes, cuando la tecnología no había entrado todavía en nuestras vidas, nos comunicábamos de manera inmediata, hablando, o de manera aplazada, escribiendo cartas.

Hoy, la mayoría de las personas, especialmente los jóvenes, nacidos ya en el siglo XXI, se comunican utilizando los soportes de WhatsApp, Instagram, Twitter, aunque se encuentren a un palmo de distancia, o, en menor medida, mediante los correos electrónicos.

Quienes no los usamos en tales situaciones, dispuestos a hacer perdurables los usos y costumbres conversacionales directos, mantenidos desde hace siglos, somos considerados residuales. Yo, sin duda, lo soy.

This photo taken on October 24, 2025 shows a 14-year-old boy posing at his home near Gosford as he looks at social media on his mobile phone. Tech giants Meta and TikTok said on October 28 they will obey Australia's under-16 social media ban but warned the landmark laws could prove difficult to enforce. Australia will from December 10 force social media platforms such as Facebook, Instagram and TikTok to remove users under the age of 16. (Photo by David GRAY / AFP)

  

DAVID GRAY / AFP

No es el mío este tiempo en que los sobres ya no sirven para meter en ellos cartas y echarlas en un buzón de correos, sino para introducir fajos de billetes, apodados chistorras, soles o lechugas, y ser depositados después en los bolsillos de algunos chorizos de categoría, en pago de cuantiosos servicios, se supone, aunque no sepamos de qué servicios se trata.

El tiempo de mi generación fue otro que ya pasó y hay que conformarse. No nos vaya a sacar a bailar la nostalgia valses de derrota en los que la osteoporosis nos juegue una mala pasada y acabemos con la cadera rota o la rodilla más jorobada.

Sin lamentarnos, por lo menos no en exceso, aunque de todo o de casi todo haga cincuenta años, sí creo que vale la pena que, desde la experiencia que la edad comporta, expresemos la inquietud que implica el cambio que la invasión tecnológica ha supuesto en la vida de los ciudadanos del privilegiado primer mundo.

Quienes claman a favor de la tecnología son muchos y suelen señalar el antecedente del rechazo a la llegada de la imprenta y lo que esta significó como invento revolucionario, puesto que democratizó la cultura. Así dejó de ser patrimonio exclusivo de una minoría selecta, eso es la clase dominante, para llegar en potencia a todos. Escribo en potencia porque la mayoría de los ciudadanos europeos, y no digamos de sus ciudadanas, eran analfabetos.

No es el mío este tiempo en que los sobres ya no sirven para meter en ellos cartas, sino fajos de billetes

Hoy, en cambio, la tecnología ha entrado en la vida de todos. Baste observar el uso y el abuso de los móviles que hace la ciudadanía, casi desde la más tierna infancia, y lo que eso supone de acceso a las redes de cualquier tipo.

La libertad es un móvil, pregonan por ahí, porque eso implica la conexión permanente con quienes elijamos, además del conocimiento inmediato de cuanto sucede en el planeta. Sin embargo, cuanto sucede puede estar mediatizado, manipulado e incluso censurado por los intereses de los dueños de las redes. Los mismos que, a través de estas, se apropian de las vidas de sus usuarios, ya que orientan sus ocios, encauzan su consumo, dirigen sibilinamente su ideología y por supuesto acrecientan la dependencia del artilugio, para que sin tenerlo a mano sintamos el mismo desamparo que un niño abandonado por sus padres frente a un precipicio.

El artilugio móvil, además, está acabando o va a acabar con algunas de las facultades humanas más importantes, como la memoria. ¿Para qué memorizar un número de teléfono, un dato, una referencia, si todo nos lo facilita el móvil con solo darle a una tecla? Creo que el asunto es más peligroso de lo que nos puede parecer a simple vista. La memorización de las tablas de multiplicar, que antes tenías que saber sin fallos a los siete años, es considerada por algunos maestros una inútil tortura infantil, ya que cualquier móvil lleva una calculadora con nulo margen de error.

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Además, dentro de nada ya no hará falta saber idiomas. La inteligencia artificial ofrecerá la traducción simultánea a través del móvil y podremos escuchar los discursos de Putin, si se tercia, traducidos a la perfección al idioma que escojamos.

El aprendizaje que antes dedicábamos a las cuestiones ortográficas, tanto del idioma propio como de los ajenos, ya no será necesario dado­ que los predictores corregirán cuantas faltas encuentren y lo dejarán todo reluciente como algunos detergentes con los cacharros de cocina, según aseguran los anuncios publicitarios.

Así las cosas, podremos dedicarnos a otros menesteres que no impliquen memoria, ya que la tecnología suplirá la que perdimos. Desmemoriados seremos mucho más fáciles de manejar. A lo mejor, también se trata de eso.

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