Un estudio de la Universidad de Potsdam, publicado con la colaboración de la Fundación Bertelsmann, analiza cómo los algoritmos influyen y moldean la opinión política de los jóvenes alemanes. Investigación oportuna si tenemos en cuenta que, en todo el mundo, los menores de 30 años se informan cada vez más usando las redes sociales, especialmente Instagram, TikTok y YouTube. En España, por ejemplo, datos del CIS del 2023 advierten que el 81,4% de los menores de 25 dice tener las redes sociales como fuente informativa. Y, en Estados Unidos, un estudio reciente del Pew Research Center revela que son ya uno de cada cinco los norteamericanos que se informan regularmente en TikTok.
El estudio alemán destaca cómo las plataformas ejercen un papel crucial en la movilización electoral y anticipa que crecerá de cara a las elecciones del 2029. Tras analizar 2,6 millones de vídeos, de los cuales 120.605 contenían mensajes políticos, los investigadores descubrieron que la visibilidad de los partidos no se correlaciona con la cantidad de contenido publicado. De hecho, el hashtag #afd (las siglas del partido ultraderechista) resultó ser el más visible en la última campaña, apareciendo en los feeds con mayor rapidez y frecuencia que el de otras formaciones. No es la primera vez que vemos cómo perfiles de extrema derecha logran un mejor desempeño digital gracias a mensajes simples, emotivos o provocadores, perfectamente adaptados al lenguaje y la lógica de las plataformas.
Perfiles de extrema derecha logran un mejor desempeño digital gracias a mensajes simples, emotivos o provocadores
Los algoritmos premian los contenidos que más reacciones generan. Es la “cultura de la dopamina” que tan bien describió Ted Gioia. Cada vez que recibimos un estímulo gratificante –un vídeo divertido, un comentario positivo, una notificación–, el cerebro libera dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer. Esa pequeña descarga crea una sensación de bienestar momentáneo y, al mismo tiempo, un deseo de repetir. Cada nuevo contenido promete otra dosis de gratificación, y así se construye un ciclo potencialmente adictivo. La lucha narcótica por la atención. En TikTok, según demostró un estudio de The Washington Post, solo el 10% del contenido que vemos proviene de cuentas que seguimos. El resto es decisión del algoritmo. Y esos algoritmos, lejos de ser neutrales, tienden a amplificar los discursos más extremos o identitarios, aquellos que apelan al miedo, la rabia o el sentido de pertenencia.
Todos estos hallazgos deberían servirnos de advertencia. No solo porque las plataformas se han convertido en un actor político de primer orden –capaz de influir en las emociones, percepciones y decisiones de voto–, sino porque lo hacen a través de mecanismos opacos e invisibles. La esfera pública digital ya no se organiza en torno al debate racional, sino a la competencia por la atención. La conversación democrática, mediada por algoritmos, se fragmenta en microburbujas emocionales que refuerzan prejuicios y simplifican la realidad. Las plataformas y sus algoritmos han tomado partido por los radicalismos.
