Que se las lleven

La obsesión del Gobierno de Aragón por las obras de Sijena ya no es un debate cultural, ni histórico, ni museográfico. Es un frente político. Se ha convertido en la bandera identitaria que sirve para ganar votos con el eslogan habitual: “Nos lo quitaron y lo recuperaremos”. La complejidad de la historia, la situación del monasterio tras el incendio de la Guerra Civil o la labor de conservación realizada en el MNAC quedan fuera del guion. La matización no sirve para alimentar la épica. Interesa el agravio.

Largas colas de visitantes en el MNAC de Barcelona para ver las obras de Sixena. 01-06-2025. Foto: Miquel Muñoz / Shooting.

   

Miquel Muñoz / Shooting

El sábado fui al MNAC. Las salas románicas son un tesoro mundial, eso está fuera de discusión. Aun así, no era lo más visitado ni lo más fotografiado. La gente pasea por el modernismo, por las exposiciones temporales, por la vista desde Montjuïc. La famosa “joya usurpada” no es, ni de lejos, el corazón emocional del museo que algunos discursos políticos describen. Allí nadie está haciendo turismo de apropiación. Allí se conserva, se restaura, se estudia.

La disputa no va de pinturas arrancadas de un muro; va de identidad y rival

Esto recuerda mucho a los que nunca pisaron el Liceu hasta que el Liceu ardió. De repente, tras las llamas, todos éramos devotos de Puccini aunque no sabíamos diferenciar entre un barítono y un bajo. La tragedia convirtió la indiferencia en sentimiento patrimonial. Con Sijena pasa algo parecido. Durante décadas,
silencio. De pronto, una causa sagrada. No nace del amor al arte sino de la oportunidad política.

La parte incómoda del relato es conocida entre los especialistas y nunca entra en campaña: si aquellas pinturas hubieran quedado en el monasterio sin conservación adecuada, se habrían perdido para siempre.

Si Aragón quiere las obras, que se las lleve. Que las trasladen, organicen el acto institucional, corten la cinta y los titulares celebren la victoria. Pasado eso llegará la responsabilidad. Conservar arte exige dinero, especialistas, clima y una política cultural sostenida aunque para esto no hay aplausos.

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La disputa no va de pinturas arrancadas de un muro. Va de identidad y rival. Catalunya es un adversario fácil y rentable. Mantener viva esa idea multiplica votos en un clima de resentimiento histórico renovado.

Mientras tanto, las salas del MNAC siguen abiertas como si nada. Los visitantes caminan en silencio. El arte continúa hablando ese idioma lento que la política ya no escucha.

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