La cobardía

El pasado viernes, en una columna deliciosa, Marta Rebón hablaba del cinismo, el valor que preside nuestra época. Rebón explicaba que había compartido una cena con un amigo, quien, durante la conversación, apenas escuchaba lo que ella decía. Solo parecía interesado en hablar él y de una forma en la que se mezclaban la autocomplacencia, la pedantería y una risita de superioridad. Marta Rebón lo explicaba mucho mejor que yo, de forma más sutil. “El cinismo es el óxido de la jovialidad”. El cinismo observa a los demás como una molestia, un obstáculo fastidioso del que es mejor alejarse o burlarse con displicencia.

Una sociedad determinada por los comportamientos cínicos tiende a la antipatía y tensión constantes. Dominada por el cinismo, la vida colectiva puede ser brillante, en el sentido de que los cínicos más aplaudidos practican una esgrima rápida, metálica, siempre impregnada de tensión competitiva. Presidida por la antipatía, la vida colectiva puede ser entretenida y bulliciosa, pero sobre todo es ácida y difícil (sobre todo para los más débiles), despiadada y desagradable.

Valencia's regional leader, Carlos Mazon, reacts as he announces his decision to resign over his administration's handling of catastrophic floods that swept over the region a year ago, at the Palau de la Generalitat Valenciana (Valencian Regional Government Building), in Valencia, Spain, November 3, 2025. REUTERS/Eva Manez

  

Eva Manez / Reuters

Cuando impera el cinismo, la ironía desaparece sustituida por el sarcasmo. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos figuras retóricas? La que separa a Cervantes de Quevedo. La ironía puede ser punzante, pero no es destructiva; puede ser crítica, pero no insultante. La ironía es inclusiva y, para ser de buena calidad, debe recaer también sobre uno mismo: “A fe, Sancho, que, a lo que parece, no estás tú más cuerdo que yo”. Las burlas con que se chinchan Don Quijote y su escudero a veces son duras, pero el respeto entre ellos nunca se rompe: “Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias; y dime ahora, sin enojo ni rancor alguno: ¿Dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea?”. El sarcasmo en cambio, es esencialmente destructivo, como ese terceto final de un soneto misógino de Quevedo: “Mujer que dura un mes se vuelve plaga; / aun con los diablos fue dichoso Orfeo, /pues perdió la mujer que tuvo en paga”. El sarcasmo puede ser deslumbrante, pero es sádico, deshumanizador. Abunda desde hace décadas en el periodismo.

Presidida por el cinismo, la vida colectiva parece bulliciosa, pero es cruel

Consecuencia del predominio moral del cinismo es la impiedad. O crueldad, como explican Pittaro y Szulman (La era de la crueldad ). Líderes fuertes, vitaminados con odio o resentimiento, que practican el insulto y la humillación de sus rivales o de los perdedores. La desvergüenza de quien elimina los derechos de los opositores. La impiedad de intentar encarcelar a los rivales. La crueldad de burlarse de una víctima de la dana, como ha ocurrido estos días en las Cortes valencianas. O como se ha visto en la cancelación del nombre de Ernest Lluch de un hospital y un centro asistencial valencianos, un desprecio analizado severamente ayer por Màrius Carol. La cancelación de Ernest Lluch revela la hipocresía de quienes, habiendo instrumentalizado durante décadas a las víctimas de ETA, ahora las desprecian borrando el nombre de una de las más ejemplares, para significar el odio a los valores e identidades que Lluch encarnaba.

El cinismo, la crueldad y la impiedad culminan en la cobardía. Lo demuestra el comportamiento de Carlos Mazón. Era un líder desacomplejado y lenguaraz. Pero a la hora de la verdad, en vez de asumir sus responsabilidades por la dana, intentó echar las culpas a las demás instituciones. Presionado por el malestar y la indignación de las víctimas, se escondió tras el escudo del cargo. Creyó que el tiempo diluiría su responsabilidad, pero el malestar era demasiado profundo, demasiado enorme la herida. Señalado en las manifestaciones, se escudaba. Conocida su increíble dejadez de la comida de El Ventorro, se escudaba. Presionado por su partido, ha negociado una dimisión que le garantiza el privilegio jurídico de los diputados: aforo.

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Su desparpajo de ayer es hoy cálculo defensivo: cobardía. Así es como las derechas y las izquierdas moderadas están favoreciendo la llegada de la antipolítica. Mientras las víctimas de la dana luchan a pecho descubierto por superar la tragedia, Mazón, tan cauto y temeroso hoy como ayer incompetente y desvergonzado, sigue agarrado a los escudos de la política. Si la derecha extrema puede hacer antipolítica es porque los partidos tradicionales le abonan el terreno.

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