La omnipresencia de la IA

Salvador Illa, presidente de la Generalitat, anunció ayer un plan estratégico para el despliegue de la inteligencia artificial (IA) en Catalunya, dotado con mil millones de euros hasta el 2030. Dicho plan, divulgado en el marco de las jornadas Catalunya intel·ligent, IA per transformar el futur, organizadas por La Vanguardia y la Generalitat, aspira a beneficiar a unas 5.000 pymes, así como a 90.000 ciudadanos, y es un reflejo de la omnipresencia y la proyección de esta nueva herramienta.

La IA es actualmente un fenómeno en plena efervescencia, tanto aquí como en el resto del mundo. Y en particular en Estados Unidos, donde los gigantes de la industria tecnológica (OpenAI, Microsoft, Nvidia, CoreWeave, AMD, Oracle…) compiten y a la vez colaboran, convencidos de que, además de revolucionar las vidas de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, la IA supone para ellos una oportunidad de negocio de extraordinarias dimensiones, ante la que se afanan por consolidar sus posiciones.

Es tan cierto que la IA dispone de un enorme potencial positivo, dada su capacidad para automatizar tareas y procesar grandes cantidades de datos en sectores tan dispares como la ciencia, la industria o el comercio, como que puede acarrear grave afectación sobre el mercado laboral, puesto que es capaz de realizar labores hasta ahora reservadas a seres humanos, abaratando costes, y por tanto puede conllevar la destrucción de no pocos puestos de trabajo.

Las herramientas no son buenas o malas por sí mismas, sino en función del uso que se haga de ellas. Es razonable, por tanto, que un instrumento con el potencial de la IA sea sometido a algún tipo de regulación. La Unión Europea ya se ocupó de eso, promulgando por ejemplo el Reglamento General de Protección de Datos, ideado para amparar a las personas y asegurarse de que sus datos serían tratados correctamente, sin abusos, tanto por el sector público como por el privado.

EE.UU. y Alemania presionan para relajar la norma de la UE sobre protección de datos

Pero el ritmo de crecimiento de la IA es tal, y las posibilidades de negocio que genera son de un nivel tan alto, que desde tiempo atrás crecen las presiones, sobre todo procedentes de Estados Unidos, aunque también de la industria alemana, para que se relaje el citado reglamento. De hecho, la UE podría estar cerca de hacerlo, si se confirma una filtración perio­dística según la cual la aprobación de una reforma ómnibus podría simplificar diversas leyes comunitarias y aligerar requerimientos en materia de IA. De ser así, podría abrirse la puerta al entrenamiento de sistemas de IA con datos personales, sin necesidad de obtener el consentimiento de los ciudadanos, sobre la base del interés de las tecnológicas.

Si se materializara esta hipótesis, la UE vería menoscabada una normativa que en su día fue presentada como pionera y modélica, y que es sin duda necesaria, vista la velocísima evolución del sector de la IA, pilotada por un reducido grupo de empresarios tecnológicos deseosos de aumentar sus beneficios, a la par que su poder, de manera exponencial.

Y ya que hablamos de poder, o de poderes, acaso sea oportuno mencionar otra información contenida en esta edición de La Vanguardia que nos dice que Israel quiere utilizar modelos conver­sacionales como los de ChatGPT, una de las aplicaciones de IA más populares, para tratar de lavar su imagen en EE.UU., seriamente deteriorada por su cruel e indiscriminada campaña de bombardeos sobre la franja de Gaza.

Israel pretende lavar su deteriorada imagen en Estados Unidos mediante la inteligencia artificial

Cuando se inició dicho conflicto hubiera causado quizás mayor sorpresa una operación de imagen como esta, que ambiciona crear contenido digital proisraelí en cantidad suficiente para condicionar los algoritmos de la IA y, así, darles prioridad ante cualquier consulta que se efectúe en la red. Pero hoy en día ya no cabe tal sorpresa, puesto que la búsqueda de información es uno de los principales motivos de uso de la IA: un 24% de la población recurre a ella con ese propósito, frente al 11% del año pasado.

De todo lo dicho se deduce que el desarrollo de la IA es constante y que los intereses que mueven su uso son diversos, y no siempre inocentes ni mucho menos altruistas. Por ello, quizás sea conveniente comportarse con la mayor prudencia y evitar relajar reglamentos, en especial los que protegen a los ciudadanos. Y quizás sea conveniente, sin renunciar al perfeccionamiento de esta sensacional herramienta que es la IA, asegurarnos de que se usa del modo más conveniente para el conjunto de la población, antes que priorizando el engrosamiento de las que ya son las mayores fortunas globales.

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