Les confieso que estuve a punto de dar a imprenta este artículo hace un par de semanas, pero me pareció demasiado macabro hacerlo coincidir con el día en que recordamos a nuestros difuntos. Al fin y al cabo, les quiero invitar a acompañarme en una visita a lo que fue el panteón de Hombres Ilustres y que ahora, desde la ley de Memoria Democrática del 2022, se llama oficialmente Panteón de España, un título demasiado solemne para lo que es el edificio y lo que hay en él, que sin dejar de ser estimable le sumerge a uno en una muy otoñal melancolía.
El Panteón de España está junto a la basílica de Nuestra Señora de Atocha, en Madrid, a un breve paseo de la estación de tren. Es un edificio neobizantino inspirado en parte en el camposanto de la Piazza del Duomo de Pisa. Pertenece al Patrimonio Nacional y es perfectamente visitable, aunque parece que muy pocas personas se acercan a verlo. Hoy por hoy creo que solo hay un vigilante de una empresa de seguridad y siguen unos trabajos de restauración, me temo que parciales y que no permiten obviar la sensación de un cierto abandono que transmite todo el edificio.
Las comparaciones son odiosas, ya lo sabemos, pero es casi inevitable recordar lo que es el Panteón de París para las glorias civiles de Francia y el Hôtel des Invalides para Napoleón y los militares de mayor prestigio (entre ellos, junto a otros Bonaparte, descansa José I, el que fue efímero rey de España). Un poco de historia: siguiendo el ejemplo de Westminster o del panteón francés, en el XIX español se plantea crear un panteón nacional que honrase los restos de nuestros más ilustres ciudadanos.
En principio se pensó en la basílica de San Francisco el Grande (otro imperdible poco visitado de Madrid). Y hubo comisión real –les ahorro las décadas de idas y venidas– y hasta sepultura y nuevo enterramiento de algunos restos. Quevedo y Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, el Gran Capitán, el marqués de la Ensenada y otros.
Muchos más fueron elegidos, pero fue imposible encontrar sus despojos: Cervantes, Goya, Jovellanos, Lope de Vega, Juan de Mariana, Tirso de Molina, los condes de Campomanes y de Floridablanca, etcétera.
Impresionan el silencio y la dignidad de unos conjuntos estatuarios poco conocidos
El actual Panteón de España, hijo de aquella iniciativa muy anterior, se edificó entre 1892 y 1899. La reina regente María Cristina impulsó el proyecto, que se quedó, como tantas otras cosas nuestras, a medio hacer. Ya en el siglo XX, en 1901, fueron al Panteón de Hombres Ilustres (mujeres abstenerse) los restos de Prim, Palafox y otros, a los que se añadieron Olózaga, Martínez de la Rosa, Cánovas del Castillo, Sagasta, Dato y Canalejas, por mencionar algunos de los nombres más eminentes.
Finalmente, lo que ahora contempla el visitante es un edificio sobrio pero extravagante, rodeado por una verja de hierro, con un amplio zaguán que da acceso a un jardín recogido en el que destaca un mausoleo conjunto coronado por una estatua de la Libertad, obra de Ponzano. A ese patio ajardinado se abren tres alas que contienen los monumentos funerarios en honor de Canalejas, Gutiérrez de la Concha, que fue marqués del Duero, Sagasta, Antonio de los Ríos Rosas, Eduardo Dato y Cánovas del Castillo.
Mariano Benlliure firma los mausoleos escultóricos de Dato, Canalejas y Sagasta, tal vez lo más lucido artísticamente del lugar, aunque el retablo que acoge a Cánovas, obra de Agustín Querol, es más que apreciable.
Impresionan el silencio y la dignidad de unos conjuntos estatuarios poco conocidos. Pero llama más la atención del paseante curioso entender que, bajo la pompa y el mármol o el bronce, yacen varios hombres de Estado y poder asesinados. Canalejas, Cánovas y Dato murieron todos en sendos atentados. Y de veras que impresionan esos monumentos que recuerdan sus figuras. El marqués del Duero, jefe del ejército del Norte, murió de una bala perdida en la tercera carlistada. Hay un cuadro, creo que en el Senado, de Joaquín Agrasot, que inmortaliza el instante. Sagasta falleció de una neumonía y Ríos Rosas, tan español él, murió pobre y olvidado.
Casi nadie camina entre sus tumbas tan historiadas y solemnes. Y el diletante de paso no puede sino preguntarse qué España duerme en este su panteón.
